Opinión
Una heroína contemporánea
Los antiguos griegos inventaron al héroe. Un hombre, algunas veces una mujer, a merced del destino, embarcado, a menudo involuntariamente, en una accidentada travesía, de la que, contra todo pronóstico, sale fortalecido y transformado en un ser admirable, un modelo a seguir, para sus contemporáneos y para la posteridad.
Los héroes no son dioses. En algunos aspectos, son superiores a ellos. En valor, por ejemplo: afrontan las adversidades con sus modestas capacidades humanas; sienten dolor y miedo, yerran, son vulnerables, y, pese a ello, son capaces de sobreponerse y salir adelante.
Están por encima de sus congéneres, no porque sean mejores que ellos, sino porque son capaces de hacer lo que debe hacerse y en el momento que hay que hacerlo. Llegan en el momento oportuno y asumen su responsabilidad. El sufrimiento, que podría haberlos destrozado y envilecido, les confiere una lucidez que ilumina una nueva época.
En ese sentido, Gisèle Pelicot es una heroína contemporánea. Es difícil concebir mayor tragedia que la suya y la de su familia, un desamparo mayor, una repugnancia tan grande. Imposible imaginar como recomponerse tras un golpe así.
En medio de esa devastación, Gisèle Pelicot hizo lo que hacen los héroes. Tomó una decisión. Lo hizo en el momento preciso, de manera impecable y lo cambio todo.
Esa respetable mujer de mediana edad, ama de casa, esposa y madre de sus hijos, nada reseñable en su biografía hasta que se desencadenó el drama, de aspecto convencional, irreprochable, estupefacta al revelársele la pesadilla a la que había permanecido ajena, arrojó la vergüenza a los pies de sus torturadores.
Gisèle Pelicot quiso, deliberadamente, que su caso quedará expuesto a la opinión pública. Asumió un gran riesgo, porque esta suele ser caprichosa e inmisericorde. Al hacerlo también se exponía ella, ahora por voluntad propia y, en cierto modo, se apropio de su sufrimiento.
El proceso ha puesto en evidencia una perversa alianza de dominación y complicidad masculina y, frente a ella, la dignidad de la víctima, que, al sostenerla, se ha transformado en una heroína. En Gisèle Pelicot se ha encarnado el espíritu de un nuevo tiempo en el que, según ella misma deseó tras la lectura del veredicto, se abra la posibilidad de «un futuro en el que todos, mujeres y hombres, podamos vivir en armonía, respeto mutuo y comprensión».
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