Opinión

Silencio contra la polarización

Siempre que visito en Madrid la Fundación Masaveu —sus magníficas exposiciones me empujan a acudir a menudo—, dedico un buen rato a sentarme en el banco situado frente al Patio del Silencio. Durante unos minutos contemplo la inabarcable cara de esa niña, casi adolescente, de Jaume Plensa, que cubre la boca con sus manos y cierra los ojos en actitud de recogimiento y silencio. Es una experiencia cuasi religiosa, de la que uno siempre sale reconfortado por la calma y cargado con la energía que solo el misticismo puede ofrecer.

El asfixiante momento que padecemos —bullicio, confrontación, tumulto...— nos reclama, cada vez con más urgencia, mayores dosis de sosiego, de reposo, de paz. La editora de libros de referencia Merriam-Webster, como otras muchas entidades, acaba de dar a conocer su palabra del año. Ha sido, cómo no, «polarización», que lleva ya unos años ocupando un lugar de privilegio en nuestras pesadillas.

La editora, que basa su elección en el número de consultas de sus diccionarios y en el uso público de la palabra, define «polarización» como «una división en dos opuestos marcadamente distintos; especialmente, un estado en el que las opiniones, creencias o intereses de un grupo o sociedad ya no se extienden a lo largo de un continuo, sino que se concentran en extremos opuestos». Esos polos, siguiendo la definición física, ejercen una presión antagónica hacia sus propios flancos, provocando una tensión insoportable, desasosegante, en el centro.

Lo curioso es que entre las palabras finalistas en la elección se encuentran términos como «democracia» o «recato», conceptos especialmente dañados por la polarización reinante, antónimos que nasa han podido hacer contra la voz reinante.

Tal vez sea la Navidad —con sus reuniones y celebraciones— el momento en que esos términos que definen el año tienen más presencia en nuestra vida particular. La polarización la hemos llevado a la mesa de la cena de Nochebuena o de la comida de Navidad. Lo demuestra el protagonismo dado en estas fechas al «cuñado», al que hemos dado un significado que va mucho más allá del hermano político. Lo hemos convertido en el cafre que nos lleva la contraria en las conversaciones y responsable máximo de haber convertido la Navidad en una época hostil, angustiosa, estresante.

Una vez que se vacía la celebración de todo contenido no sólo espiritual, sino también cultural, en cuanto parte de nuestras tradiciones más arraigadas, son cada vez más los que proclaman el aborrecimiento de estas fechas. Es más, muchos deciden poner tierra por medio, pasarlas fuera de casa cuando «volver a casa por Navidad» era una de las esencias de estas fiestas.

En los últimos días, tres columnistas alejados de la ortodoxia católica abordaban la pérdida del auténtico espíritu navideño y sus consecuencias. «Nunca imaginé que iba a requerir tanto esfuerzo que mi hija conociese la antes ubicua figura de Cristo —escribía a propósito Sergio C. Fanjul—. Más bien pensaba que tendría que protegerla del adoctrinamiento». Sergio del Molino abundaba en la idea: «Nunca pensé que me fuera a preocupar algo así, pero sin una cierta familiaridad con el catolicismo (...) casi toda la cultura occidental se vuelve incomprensible». Y Ana Iris Simón ponía el colofón: «No sólo los mercaderes han expulsado a Cristo de su cumpleaños; también lo han hecho quienes se empeñan en borrar su nombre y su huella».

La Navidad no es sólo el consumismo y la aglomeración en los centros comerciales. La Navidad depende de lo que cada uno quiera celebrar o dejar de celebrar. Sólo faltaba. Pero si no somos conscientes de que pertenecemos a una cultura, de que venimos de una tradición, ¿a qué nos agarramos? La Navidad es el recordatorio del nacimiento de Cristo, la gran fiesta de los niños, una ocasión para el fortalecimientos de la familia —de la que solo nos acordamos cuando vienen mal dadas—, pero también del Mesías de Händel, de La Adoración de los pastores de Caravaggio, el Silencio de Plensa o de una sencilla misa de Gallo. Un momento para recordar la importancia de la paz, del sosiego y de la reflexión frente al vocerío, el enfrentamiento y la polarización.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents