Opinión | Crónicas galantes

Trump quiere comprar países

Fiel a la vocación inmobiliaria que lo hizo rico, el emperador reincidente Donald Trump quiere comprar Groenlandia. También ha mostrado interés por quedarse —gratis— con el canal de Panamá: y hasta bromeó con incorporar a Canadá a los muchos Estados que ya constituyen Estados Unidos. Todo esto sin haber tomado siquiera posesión de la presidencia.

Basta echar un vistazo a la Historia para advertir que no se trata de novedad alguna. Los americanos, gente con tanto dinero como sentido práctico, ya le habían comprado en su día la Luisiana al mismísimo Napoleón. Por un puñado de dólares se hicieron con territorios sobre los que hoy se asientan varios de sus Estados.

Sin más que sustituir el derramamiento de sangre por el de billetes, el Tío Sam compró igualmente Alaska a los rusos. El imperio de los zares andaba corto de dinero allá a mediados del siglo XIX, lo que facilitó grandemente la operación cifrada en siete millones de dólares. Puede parecer poco, pero entonces era una pasta.

Son maneras felizmente incruentas de expandirse que, no obstante, parecen poco aplicables al siglo XXI. Ya no es costumbre ir por ahí con la Visa por delante para comprar un país como quien va al supermercado. Si acaso, son los propios gobiernos los que ponen en oferta bienes públicos del Estado cuando una crisis financiera deja sus arcas despobladas de billetes. Véase, un suponer, el reciente caso de Grecia, a la que solo le faltó poner en venta el Partenón.

La de Groenlandia, isla enorme y gélida con muchos recursos naturales, es una vieja obsesión de Trump, que ya mostró intenciones de adquirirla durante su primer mandato presidencial. El único, si bien serio inconveniente, es que se trata de una nación autónoma asociada con el Reino de Dinamarca.

Los daneses prefieren la discreción, por el momento, pero el primer ministro de Groenlandia se ha apresurado a contestar que su isla no está en venta. La prensa americana, sin embargo, considera que Trump va en serio esta vez. Su idea, siguiendo cierta tradición cinematográfica de padrinos, consistiría en hacer una oferta que ni siquiera un reino europeo pueda rechazar.

Tampoco los panameños están por la labor de dejarse arrebatar —por la brava, en este caso— el canal de Panamá, que como su nombre indica, pertenece a ese país. Otra cosa es que tengan medios para evitarlo, si a Trump le da la ventolera.

Lo que no se entiende muy bien es la modestia del inminente emperador del mundo. Cuando uno está al frente de un imperio, practicar el nacionalismo con Panamá o Groenlandia parece una excentricidad que rebaja ese estatus imperial.

Sin necesidad de salir de compras o invasiones, los Estados Unidos imponen ya al mundo su tecnología, su moneda, su idioma, sus películas, su Black Friday y su Halloween. Más que una nación de tantas, como parece creer el nacionalista Trump, son una especie de nueva Roma que habla inglés en vez de latín. Y qué necesidad tendrá un imperio de comprar Groenlandia o tomar Panamá al asalto, hombre.

Otros se conforman con adquirir un piso, pero al desaforado Trump solo le valen países enteros. Se va a animar mucho el mercado de la vivienda.

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