Opinión | Shikamoo, construir en positivo
¡Feliz 2025!
Buenas tardes, queridas y queridos todos. La configuración de este año, con Navidad y Año Nuevo cayendo en miércoles —uno de los días de mis columnas— y no habiendo periódico ese día, provoca que tenga que ser uno de los más madrugadores en mis felicitaciones, incluyendo las mismas en el artículo del sábado anterior. Sucedió así en Navidad, y ahora lo repito. Quizá les asombre, por tanto, que me arranque en este Día de los Santos Inocentes directamente con un ¡Feliz 2025!, y no con el consabido chascarrillo, exageración o broma propia de un 28 de diciembre. Pero, miren, convirtamos tal necesidad en una oportunidad, y aprovechemos la vista de pájaro que da llegar a tal felicitación con un lapso de aún cuatro días, pudiendo poner así sobre la mesa en clave de revisión algunos de los mimbres de la transición de 2024 a 2025 que uno desearía, de una forma aún un tanto inédita…
Creo que hoy, como nunca, hace falta que nos deseemos encarecida y sinceramente un Feliz 2025. ¿Por qué? Pues porque son muchos los frentes abiertos en una actualidad un tanto descarnada, ante la que una buena parte de la población ni reacciona ni se espera que lo haga. Creo que la indiferencia es una de las tendencias que más se ha ido afianzando en los últimos años, hasta el punto en que llama poderosamente la atención tal devenir. Y esto es especialmente preocupante si, como yo, uno es de los que piensan que la buena praxis democrática hunde sus raíces profundamente en todo lo que signifique participación, ciudadanía activa y un compromiso colectivo claro y rotundo. Si no es así, y dejamos que únicamente los partidos políticos sean arte y parte en la gestión de lo de todas y todos, nos equivocaremos. Porque ellos, enfrascados en su eterna partida de ajedrez que mira por definición para la propia pervivencia más que por las propuestas exitosas de gestión, necesitan estar indefectiblemente acompañados de la pulsión del espíritu ciudadano, que contribuya a aterrizar los intereses comunes y las prioridades sentidas como tales por los verdaderos poseedores del poder: los pueblos, y no sus representantes. Hacer omisión de nuestras responsabilidades personales y colectivas como elementos vivos de la ciudadanía implica perder una oportunidad maravillosa de construir una sociedad más acorde con el bien común y los intereses más genuinos de la mayoría de individuos, pero sin perder un enfoque colectivo y la atención a las necesidades también de las minorías y, no lo olvidemos, de las personas más invisibilizadas.
Creo que nuestra sociedad, con elementos y herramientas para que la misma sea la más vivible que nunca hubiéramos imaginado, se está polarizando sobremanera. Y echando un vistazo a nuestro alrededor tengo que vaticinar que, como hay intereses concretos y potentes que viven de tal brecha conceptual en aumento, el avance de tal escenario va a ser imparable, con consecuencias que pueden ser dramáticas en términos de convivencia, armonía y paz social. Entiendo que no podemos perder lo que aún nos queda de esa visión mucho más dulce y armoniosa de la convivencia que lo que ya acontece en otros contextos, con mayores cotas aún de violencia, crispación y falta de empatía social. Hacerlo significa no sólo renunciar a nuestras propias raíces culturales, sino también embarcarnos en caminos de dudoso recorrido que, por lo que se ve, dan al traste con las posibilidades reales de vivir de una forma apacible y exitosa. Medido el éxito, claro, en términos de equidad, justicia social y buena convivencia colectiva, y no tanto en los más de moda ahora listados de nuevas personas millonarias, consecuencia directa de una mayor inequidad y, a la postre, fracaso colectivo.
Me preocupa de igual manera todo lo que tiene que ver con la soledad no deseada. Esta, que campa a sus anchas entre nosotros y que nos atiza casi cada día con noticias tristes, como las de personas mayores que mueren solas, es uno más de los reflejos de una sociedad más rota. Más inclusiva, felizmente, y también más acogedora, pero también más individual e individualizada, menos empática, donde el ciudadano o la ciudadana en estos tiempos líquidos y posmodernos se identifica más como un consumidor que como un artífice de nuestro propio desarrollo. Haríamos bien en no olvidar muchos de los usos, las formas, las maneras y los afanes del comunal, o de sociedades o grupos minoritarios donde se sigue escuchando a todos los individuos, y nadie es dado por amortizado en la sociedad. Creo que tenemos que pedirle también a 2025 otro paradigma en relación con las personas mayores, devolviéndoles un papel protagónico —como el de todos los demás— y no relegándoles a una posición mucho más devaluada, asignándoles etiquetas ante las que habrían de rebelarse.
Lo dejo aquí, queridos y queridas. Hay más cosas que les contaría, pero tampoco todas las letras de este ejemplar han de pertenecer a esta columna. ¡Hala! ¡A mandar! Tengan ustedes feliz salida y entrada de año y, si los hados nos son propicios, seguiremos viéndonos… ¡Feliz 2025!
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