Opinión

Haciendo balance

Ante la llegada de un año nuevo, la mente balancea entre el pasado y el futuro. Todos en general recordamos aquello que hemos vivido, lo sometemos a una evaluación de urgencia y, dispuestos a seguir, trazamos algún plan útil para surcar un porvenir siempre incierto, mucho más en los tiempos que corren. Los líderes políticos también practican esta buena costumbre. En sus alocuciones, rodeadas de una singular expectación y cierta solemnidad, valoran actuaciones, dibujan horizontes y enuncian propósitos. En esta ocasión, tanto los discursos como las reacciones suscitadas han reflejado el clima de polarización que envuelve a la sociedad española. Los temas aludidos atraen la polémica y los derroteros por los que transcurre la vida política son poco propicios a las concesiones mutuas. De manera que los dirigentes de los partidos aprovechan la ocasión para fortalecer la posición propia y neutralizar al adversario, sin siquiera dar señales de respeto y una actitud conciliadora hacia los oponentes, algo que no está reñido en ningún caso con la libre opinión.

El presidente del Gobierno, en su semestral rendición de cuentas, que había sido interrumpida en 2023, leyó una larga lista de compromisos cumplidos. Aferrado a la ya famosa portada de The Economist, resaltó como logro principal, y casi único, el crecimiento económico. El dato del PIB, no obstante, podría ser excepcional. Las entidades, públicas y privadas, coinciden en sus proyecciones a la baja para el próximo trienio. Y, según datos recogidos por Funcas, el think tank de las Cajas de Ahorro, solo uno de cada cinco españoles percibe que la situación económica del país es buena. Un 50% opina que es regular y otro 30% que es mala. A pesar de esta visión sombría, una mayoría tiene confianza en que el panorama mejore durante el año que viene.

En su rendición de cuentas, Pedro Sánchez refiere solo los avances y progresos en cualquier área atribuibles a su equipo. En ella no incluye la actuación, o la inacción, del Ejecutivo en relación con los grandes problemas pendientes, esto es, la educación, la financiación de las pensiones y de las autonomías, la consolidación fiscal y un etcétera tan largo como se quiera. Y aguardó las preguntas de los periodistas para pronunciarse sobre la situación política en los términos consabidos, sin ahorrar descalificaciones al PP. Por el contrario, días más tarde, Feijóo llenó su comparecencia de alusiones políticas. Centró su intervención en la delicada circunstancia que atraviesa el Gobierno, agobiado por dificultades en todos los frentes, y, una vez más, responsabilizó en primera persona a Pedro Sánchez del maltrecho estado de la política española.

La política es, para los españoles, el principal problema del país. Cualquier balance del año saliente debe contener alguna referencia a este hecho. Sería una irresponsabilidad ignorarlo. Pedro Sánchez sumó votos para su investidura sin reparar en nada, ni en las contrapartidas ni en la fiabilidad de esos apoyos. Ahora, en realidad no sabe si su Gobierno dispone de una mayoría parlamentaria o está en minoría. Quizá sea este el motivo de que él mismo y los ministros hayan reducido su asistencia a las sesiones de control y los debates en el Congreso y el Senado, y las relaciones entre los dos poderes, el ejecutivo y el legislativo, se hayan desordenado de forma alarmante. Feijóo, por su parte, lleva meses pidiendo la dimisión de Pedro Sánchez y la convocatoria de elecciones, cuando ha transcurrido poco más de un año desde su investidura. Estamos aquí, dijo el viernes, para cambiar el Gobierno.

Así las cosas, un entendimiento siquiera parcial del Gobierno con el PP es más que improbable. En esta tesitura, la composición actual de la Cámara baja convierte a Junts en el primer factor de desestabilización en la política española, un papel, por otro lado, que le satisface plenamente porque capta la atención. La incomunicación entre el PSOE y el PP eleva el estatus político de Puigdemont, que se está aprovechando de esa rivalidad extrema con mucha astucia para descolocar al Gobierno, subir la tensión y aumentar su influencia. Además de otorgarle un protagonismo muy superior al tamaño de su grupo parlamentario, puede verse complacido en su demanda de más autogobierno y más recursos para Cataluña, en su camino hacia la independencia. Con la amenaza de nuevas derrotas en el Congreso, los presupuestos en el aire y el desafío de una cuestión de confianza, Pedro Sánchez debería aclarar lo antes posible si el Gobierno en estas condiciones puede desarrollar su programa.

Un adelanto electoral sería un fracaso, no solo suyo, pero si tomara la decisión de continuar de cualquier manera y a cualquier precio, por loable que pueda parecer el empeño, incurriría en una falta de responsabilidad política inexcusable. Y en el año que termina el Gobierno ha estado al borde de ese precipicio más de una vez. El balance de la política española en el ejercicio pasado no es favorable. Y no hay indicios de que el PSOE y el PP tengan la intención de corregirse en el que vamos a iniciar.

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