Opinión
Una llamada urgente
«Para prevenidos no hay acasos, ni para apercibidos aprietos». Baltasar Gracián se explica sin casualidad en su Oráculo manual y arte de la prudencia. Es posible que lo hiciera siguiendo la máxima de otro sabio, Erasmo de Roterdam que, siglo y medio antes que el jesuita español, estableció aquello de que «más vale prevenir que curar».
Con las heridas de la dana abiertas de par en par, bien harían los responsables políticos, y muy en especial los de emergencias, en revisar sus competencias y responsabilidades, en reflexionar sin demora sobre asuntos de importancia para la seguridad de la población y su bienestar, y en reconsiderar los planes establecidos, si es preciso utilizando la IA. Todo sin olvidar el sentido común, la experiencia y la proyección de escenarios, muy en especial de los poco previsibles.
En latín accidens significa: lo que llega, lo que ocurre, lo inesperado, lo que nadie pensaba que podía suceder y, en ese marco, nada fácil, es precisamente donde se estima que han de hacerse los mayores esfuerzos de puesta al día, reconsideración de medios, capacidades, prevención y tiempos de reacción ante todo tipo de catástrofes.
En Galicia existe un muy buen sistema de emergencias. Excepcional si se consideran la dispersión poblacional o la orografía, y bien lo demuestra cada años el Plan de prevención y defensa contra los incendios forestales. Todo es mejorable y también hemos de considerar que los recursos no son ilimitados. Por eso hace falta más esfuerzo e inteligencia para redefinir, en lo posible, ciertos procedimientos o competencias, lo que permitiría reconsiderar, sin mayores gastos y con la premura necesaria, fisuras que parecen evidentes en servicios tan esenciales como son, al menos, los parques comarcales de bomberos o los servicios de ambulancias.
Con la seriedad que el tema requiere, las aportaciones de los profesionales y el conocimiento exacto de una realidad, hay que afrontar con unanimidad, consenso y equilibrio, una cuestión esencial, antes de que tengamos que lamentar alguna desgracia. En esto debemos seguir el consejo de Confucio: «No pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación». Hay que actuar, pues, con reflexión, en tiempo y forma, pero hay que hacerlo ya.
La meditación coincide con el incendio que días pasados se produjo en un garaje de un edificio en Bertamiráns, ayuntamiento de Ames, por fortuna sin más consecuencias que las materiales. El dato que importa aquí es que los bomberos que actuaron hubieron de desplazarse desde Boiro, a casi 50 kilómetros, cuando a tan solo 14 se encuentran los de Santiago, imposibilitados de actuar en el municipio colindante por disposiciones contrarias a las que demanda un razonamiento cuerdo. El humo de ese día nos previno de un dislate. La suerte evitó que hubiese víctimas y, con ello, lamentaciones, incluso las de aquellos que no saben tomar medidas o no se deciden a imponer servicios imprescindibles fundamentados en la ilógica política, presupuestaria o humana.
Gracián completaba su pensamiento respecto de la prevención con aquello de que «algunos obran y después piensan: aquello más es buscar excusas que consecuencias. Otros, ni antes ni después. Toda la vida ha de ser pensar para acertar el rumbo: el reconsejo y providencia dan arbitrio de vivir anticipado». Pues eso, advertidos quedan. Por el humo se sabe en dónde puede estar el peligro, por la eficacia, los políticos que merecen gobernarnos. Los fuegos no se apagan con lágrimas, ni con quejas se consuela a las víctimas.
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