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De ‘The Economist’ a las pymes

La economía española va razonablemente bien, lo que no quiere decir que —como todas— no tenga problemas. De presente y de futuro. Pero cuando se está creciendo a un ritmo anual del 3,2%, bastante más que la media de la zona euro y los países avanzados, la inflación ha caído de más del 10% al 2,8% —cerca de la meta del BCE—, se crea mucho empleo y el influyente semanario liberal The Economist dictamina que nuestra economía es la que mejor ha superado el 2024, el catastrofismo suena absurdo. Solo cabe atribuirlo a la tentación tan española al pesimismo. O a otras razones.

En el año que acaba en este tercer trimestre, la construcción ha crecido un 2,4%, los servicios un 3,5%, la industria un 4% y el sector primario un 8%. Lo de que solo nos salva el turismo es falso. Entonces, ¿todo bien? No, porque hay sombras. La primera es que el consumo público crece al 5%, lo que no parece sostenible, y la inversión solo al 0,7%. ¿Por qué la inversión no se recupera más? ¿Falta de confianza?

La economía aguanta bien porque la distribución del poder de compra (salario mínimo, pensiones con el IPC, renta mínima) ha inyectado un keynesiano estímulo a la economía. Y ni la inflación ni el déficit público se han resentido, porque ha aumentado la población activa (inmigración) y se han subido impuestos, a veces indoloros, como la no deflactación de las tarifas del IRPF. Lo dice Ignacio de la Torre, director de estudios de Arcano y uno de los analistas más lúcidos e independientes: cuando un inmigrante llega a España y trabaja, consume casi todo su salario y aumenta la demanda. El keynesianismo como respuesta a la pandemia y a la crisis de Ucrania le ha funcionado mejor a Sánchez que a Macron.

El PIB sube, pero más en cantidad que en calidad. Así, la renta per cápita (el bienestar) crece menos que el PIB total, porque hay más habitantes. Crecimiento dependiente, quizás en exceso, de la inmigración. ¿Culpa del Gobierno, de los empresarios que van a sectores de poco valor añadido, de ambos? Por otra parte, ya sabemos que el capitalismo —el peor sistema, excepto todos los demás— genera desigualdad, pero Cáritas dice que la mitad de los que piden su ayuda tiene trabajo. Pese al salario mínimo que tanto preocupa a la CEOE. Y la vivienda —de siempre con poca inversión pública y descuidando al sector privado— ya es un muy agudo problema social.

Pero hay milagros indudables. El propio de la Torre señala que ya exportamos más servicios no turísticos que turísticos, pese a que el turismo —esto sí— va como una moto. Y mientras siempre crecíamos pidiendo dinero al exterior y con un angustioso déficit de la balanza de pagos, ahora tenemos un superávit consolidado del 3%. The Economist señala —bien— que parte de los éxitos también se deben a las reformas de Rajoy y que el Gobierno comete errores. ¿Es acertado apostar a que la sostenibilidad de las pensiones dependa de un continuo flujo de inmigrantes?

Una muy reciente encuesta de Pimec entre las pequeñas y medianas empresas, que en España y Catalunya son más del 95% y aportan el 60% de la producción, quizás ayuda a entender mejor la realidad. El 44% cree que en 2025 aumentarán sus ventas, el 36% opina que se mantendrán y solo un 11% dicen que bajarán. Y el 67% piensa que podrán aumentar sus precios. Fantástico. Pero solo poco más del 30% afirma que aumentarán la inversión (34,4%) y la plantilla (32,4%). No por los tradicionales problemas de crédito (solo un 18% lo menciona), sino porque la mitad no tienen beneficios (hay muchas microempresas de 0 a 9 empleados) y preocupan especialmente los costes laborales, la burocracia, el exceso y cambios de regulación, e incluso (37%) las dificultades para encontrar trabajadores.

Además, el 80% de las pymes están preocupadas por las incertidumbres económicas y geopolíticas. ¿Gobernabilidad de España? ¿Conflictividad mundial? ¿Trump? En resumen, optimismo respecto a las perspectivas inmediatas, pero mucha cautela sobre el futuro.

La economía española parece navegar entre el dictamen positivo de The Economist y el optimismo ma non troppo de las pymes. El pesimismo catastrofista es estéril y hace daño. El triunfalismo tampoco conviene, porque adormece la respuesta a los seguros problemas de futuro.

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