Opinión

Que viene Trump

Con Donald Trump a las puertas del gran poder los dilemas europeos se dibujan con mucho contraste. ¿Eso será un acicate para la Unión Europea, que se sabe necesitada de cambios o tendrá un efecto de desamparo? Vuelve un viejo tema, de mucho significado. En la Unión Europea, se trataría de aspirar a que la unanimidad no sea el modo exclusivo de tomar decisiones, sobre todo en política internacional o en asuntos fiscales. Es un paso muy difícil porque, de un lado, involucra cuestiones de soberanía y, por el otro, daría mayor más peso geoestratégico a los Veintisiete.

El filósofo holandés Luuk van Middelaar conoce muy bien los entresijos de la realidad europea. Ha escrito: «Nuestra identidad política como europeos estará en parte definida por los otros, no porque nos acerquen un espejo sino porque nos pueden romper los cristales, los cristales que preferimos ignorar». Una vez más, ahora se trata de que Europa se defina a sí misma y no que la defina Elon Musk. Entre el irrealismo y las propuestas de Mario Draghi, las asignaturas pendientes son decisivas.

En la Unión Europea se supuso que su sistema institucional serviría como modelo de un nuevo orden internacional, que en una era posmoderna los tradicionales intereses nacionales y la política de poderes daría paso al derecho internacional, instituciones supranacionales y soberanías compartidas. Pero ahora volvemos a la geopolítica. Es aventurado suponer que la Europa de la norma sea el baremo del orden mundial. Tal vez la norma incluso dificulta la política, en nombre del racionalismo.

Europa no está ejerciendo suficiente poder más allá de su perímetro jurídico. Está por lo que se define como la norma sin fuerza. Ahora bien, la experiencia de la Historia es que la implementación del poder normativo a veces requiere de la fuerza. Cuesta creer que la Unión Europea haya logrado por fin un mundo postrágico.

La escuela de Singapur advierte que Occidente rehúsa adaptarse a la nueva era histórica. Se está acabando el ciclo de dominio occidental. ¿Podrá ser la Unión Europea un actor con suficiente peso geopolítico para determinar ese orden? ¿Es eso factible solo con la norma y sin la potencia para imponerla? Se ha descrito el panorama mundial como barroco. Desde luego, nada neoclásico. Como siempre, en sus momentos límites, es la tensión entre el orden y el caos.

No existe un demos europeo, ni una opinión pública europea sedimentada de forma homogénea. La dinámica constructiva es que los políticos nacionales impliquen a los parlamentos nacionales en las responsabilidades europeas, de modo que eso impregne a las opiniones públicas nacionales.

Un nuevo orden mundial tarda mucho en perfilarse de forma consistente. Es más: puede concretarse de un modo gelatinoso, volátil, sin reglas de fuego. Ni sabemos quién llevará batuta en el nuevo desconcierto. Se aprestan Trump y el nuevo emperador chino. Más allá de la teoría, es fundamental la estabilidad. 2024 no ha sido un año para nada estable. Por eso 2025 va a ser una intriga casi todos los días.

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