Opinión | Crónicas galantes
España va mejor que los españoles
Se ufana, no sin razón, el presidente Sánchez por el excelente desempeño de la economía española, a la que el «The Economist» ha proclamado campeona del mundo en la Liga de 2024. España va bien, por más que los españoles —o una parte de ellos— no opine lo mismo al salir de la compra en el súper o cuando busca alquilar un piso.
Que un país marche como un tiro y sus ciudadanos, no tanto, es paradoja de fácil explicación. Hay una macroeconomía de los grandes números que luce en todo su esplendor y otra microeconomía de los individuos a los que no se ha trasladado aún la bonanza de las cuentas públicas.
Una cosa y la otra pueden ser ciertas a la vez, aunque parezcan contradecirse. El producto interior bruto, estimado al peso, ha triplicado la media del club de ricos de la OCDE hasta cerrar el año con una subida del 3 por ciento. También ha crecido en más de 370.000 el número de nuevos empleos, a la vez que subían los salarios en un 4%.
Sorprendentemente, no es eso lo que perciben los españoles encuestados por Funcas, centro de análisis de referencia en estos complejos asuntos. Solo un veinte por ciento de los consultados creen que el 2024 ha sido un año «bueno» para ellos; frente al 50% que lo consideran «regular» y el 30% que lo ven decididamente «malo». Ahí se nota que cada cual cuenta la feria según le va en ella.
Son cosas de la economía micro, a veces muy diferente a la macro. Algunos de los entrevistados en otras encuestas aseguran haber tenido que prescindir de alimentos que antes adquirían para sustituirlos por otros de menor coste y acaso calidad.
A ello hay que añadir el dato de que la vivienda —ya sea en propiedad o en alquiler— se haya puesto aún más lejos del alcance de una mayoría. La desproporción entre sueldos y precios afecta especialmente a los jóvenes en este caso. No extrañará que algunos de ellos aplacen hasta más allá de la treintena su salida del nido paterno.
Cuando al personal de infantería se le dice que España ha sido líder de crecimiento en el mundo, su perplejidad es similar a la del protagonista de cierta famosa escena de los Hermanos Marx. «Su señora no ha estado aquí», decía Groucho a un interlocutor que insistía en haberla visto «con mis propios ojos». «¿Y a quién va a creer usted: a lo que yo le digo o a sus propios ojos?”
Algo de eso ocurre ahora y aquí. La gente tiende a dar crédito a sus ojos —que miran por el bolsillo— antes que a los felicísimos datos de crecimiento que certifican los contables internacionales de la economía. Ya no es que desconfíen del Gobierno, cosa habitual, sino también de la prensa y de los analistas extranjeros.
El problema ha de residir, sin duda, en la persistencia de la inflación que fue defini’da como el «impuesto de los pobres». En realidad, las subidas de precios afectan a todos sin distinción, pero está claro que los ricos las sobrellevan con poco o ningún agobio, a diferencia de las clases medias y trabajadoras.
No hay ningún contradiós, por tanto, en la noticia de que España va mejor que los españoles. Solo queda esperar que el 2025 recién inaugurado sea tan próspero para la gente como para el país. No solo de PIB vive el hombre.
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