Opinión | Crónicas galantes

Reyes y políticos

Aunque no sea un rey mago en sentido estricto, a Felipe VI le piden algunos extremados que haga magias fuera de su alcance. Que enmiende y hasta sustituya a los políticos electos, por ejemplo. Parecen haber llegado a la extraordinaria conclusión de que el jefe del Estado no es un político.

Quizá se refieran a que el rey carece de poderes ejecutivos, como ocurre por lo general en las monarquías parlamentarias.

Efectivamente, el monarca no participa en el juego de partidos, aunque consulte a sus jefes tras las elecciones e incluso proponga un candidato a la presidencia del Gobierno. También está entre sus tareas la de firmar todas las leyes que los gobiernos de izquierda y de derecha saquen adelante en el Congreso. Y el «mando supremo» de los ejércitos que le atribuye la Constitución, entre otras competencias.

Todas esas parecen funciones propias de un político, por más que el jefe del Estado las ejerza de manera meramente simbólica. A cambio de esa limitación de poderes, el rey está exento de concurrir a elecciones periódicas para renovar su cargo, que es de carácter vitalicio. Su persona disfruta, además, del privilegio de ser inviolable y no está sujeta a responsabilidad.

Pese a esta clara evidencia, sigue habiendo gente que insiste en pedir la intervención del rey como solución a los desatinos que, en su opinión, cometen los políticos. Como si un jefe de Estado no formase parte de la profesión.

Cargar contra la política es empeño fácil y de seguro aplauso entre el gentío, dado el histórico mal cartel que padecen —a veces, justamente— quienes se dedican a ella. Tanto da que Aristóteles y Platón, entre otros, le dedicasen ilustres tratados al género. Seguro que esos dos influencers no salen siquiera en TikTok.

Lo saben mejor que nadie los populistas que últimamente florecen por todo el mundo, desde Estados Unidos a la Patagonia. Sobra decir que casi todos suelen llegar al poder bajo la promesa de acabar con los políticos, dando por sobreentendido que ellos mismos no lo son.

La idea parece nueva, aunque en realidad ya se le había ocurrido, entre otros muchos, a Francisco Franco, famoso general y político inconfeso que solía aconsejar a sus ministros recién nombrados: «Joven, haga como yo y no se meta en política». También el soviético Lenin, que no era amigo suyo, dictaminó que «salvo el poder, todo es ilusión», incluidos los partidos que le impiden a un dictador ejercer el mando absoluto.

Habrá que recordar, aunque suene a abogacía del diablo, que la política es en las democracias un oficio tan necesario o más que cualquier otro. Cuando se ejerce con la debida competencia sirve para evitar conflictos e incluso acrecer la prosperidad de las naciones. Y en caso de incompetencia, el voto es un arma de lo más efectiva para probar con un gobierno distinto.

Otra cosa es pensar que la magia y la ilusión, tan propias de estas familiares fechas de Reyes, deban sustituir a la política democrática como fórmula de gobierno. No es cierto que de ilusión también se viva.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents