Opinión | Shikamoo, construir en positivo

¿Sin control?

Que un teléfono móvil es un instrumento verdaderamente útil es indiscutible. Pero, por describirlo un poco mejor desde el punto de vista funcional, casi mejor que teléfono llamémosle dispositivo personal móvil, verdadero ordenador que, entre otras cosas, permite llamadas de voz. Un tipo de adminículo que, tampoco cabe ninguna duda, se ha ido colando en nuestras vidas en las últimas décadas. Y, además, con una evolución vertiginosa tanto en relación con sus prestaciones como con su rol en la sociedad... ¿Se acuerdan ustedes de aquellos primeros Moviline...? Pues no hace tanto, oigan...

El teléfono móvil, además, ha desplazado al ordenador más convencional —el de sobremesa o incluso el portátil— en muchos de sus usos. Hoy hay quien, además de usarlo como teléfono, utiliza su dispositivo personal para conectarse al correo electrónico, a diversas aplicaciones de mensajería instantánea, para sus búsquedas de información en Internet, realizar operaciones bancarias y compras o, en un pasito más, para relacionarse con diversos aparatos de la vida cotidiana. Es el internet de las cosas, donde nuestros vehículos, los sistemas de alarma y de registro de imágenes, determinados electrodomésticos o aparatos relacionados con el cuidado del jardín o el ocio también están interconectados, pudiendo ser programados de una forma hasta hace poco inédita.

Con todo, hablar de muchas de las aplicaciones cotidianas, incluidas las de acceso a las diferentes redes sociales, pasa por el uso del teléfono. Abuso más que uso, muchas veces, teniendo en cuenta las sorprendentes cotas crecientes de utilización del mismo por parte de diversos segmentos de población. Una estadística en la que sobresale especialmente el segmento de población juvenil, pero donde otros estratos de edad no se le quedan, tampoco, demasiado a la zaga... Soy de los que piensan, lo saben porque lo hemos expresado así en alguna otra columna, que con estos aparatos sucede lo mismo que con casi todo... ¿Son buenos? Pues... depende de para qué.... Como los coches, por ejemplo: si yo lo utilizo para desplazarme y poder realizar mis obligaciones laborales, cumple un rol positivo, independientemente de si debemos optar o no por otras formas de transporte más eficientes y respetuosas con el medio. Pero si entro con él en una plaza para arrollar a cuantas más personas mejor, no... O los bolígrafos: si con él escribo notas para esta columna, fantástico. Pero si intento clavárselo en el cuello a todo con el que me encuentre, no. El teléfono móvil personal, herramienta de enormes posibilidades y usos, que resuelve muchos temas prácticos de forma ágil, segura y cómoda si lo comparamos con cómo se organizaban antes las personas para realizar las mismas acciones, puede ser también un yugo y un problema, cuando se abusa de él o cuando muchas otras esferas de la vida —y, en especial, de las relaciones con los demás— se ven menoscabadas por su advenimiento.

Decir teléfono móvil es sinónimo de presencia en redes sociales, decíamos. Y estas son particularmente peligrosas si no se utilizan, sobre todo, con criterio. En ellas se vierte de todo, y cuando decimos esto de forma tan categórica, queremos expresar eso mismo. Uno puede leer o ver en ellas algo, lo contrario, lo contrario de lo contrario y mil matices más. Y, claro, tiene que traerse de casa puesto un cierto criterio para que, cuando accede a ciertos contenidos, no le engañen. A mí ustedes me pueden contar que La Tierra es tetraédrica, cilíndrica o lo que les venga en gana, que ya les he dicho aquí unas cuantas veces que no necesito mirarla desde el espacio para saber que es esférica o, al menos, cuasiesférica. Es evidente, al no poder existir una dirección privilegiada en su desarrollo, al estar sujeta en su formación y evolución al influjo de la fuerza gravitatoria, con una dependencia inversamente proporcional a la distancia al cuadrado. Pero cuéntenselo ustedes a quien, sin criterio, esté dispuesto a creerse cualquier argumento disruptivo con el paradigma, que de ahí —como efectivamente ocurre— puede salir cualquier absurdo. En este, queridos y queridas, y en cualquier otro campo...

Es por todo esto que resulta especialmente preocupante lo anunciado por la matriz de Instagram y Facebook, la Meta de Zuckerberg, de una cierta relajación en los controles sobre contenidos, en la línea de lo que Musk preconizó antes y que aplica en sus propios feudos. Un corolario claro que nos muestra cómo están las cosas en el país líder en todo ello, Estados Unidos, en el cual la posverdad, la verborrea barata y no contrastada y la falacia triunfan como nunca, incluso como instrumento electoral. Una pena y una gran contradicción, al acontecer tales cosas en el lugar donde se gestaron y aún producen grandes logros exactamente en el sentido contrario, tanto en relación con el conocimiento como con el avance social y cultural de la Humanidad.

Si las redes ya eran peligrosas en términos de desinformación y la subsiguiente manipulación, las redes con menos control lo serán aún más. Parece que todo vale por la mal llamada libertad de expresión, donde se agazapa la sombra de una sociedad más orwelliana, con altos niveles de intrahistoria y relato versus lo estrictamente probado, y una Historia más escrita por el bando más potente y, a la postre, ganador.

¿De verdad vamos a dejar que los que más griten —y esto hoy en día significa mayor número de seguidores, de visualizaciones y de likes— lo reescriban todo? Créanme si les digo que, hablando de algo tan objetivo como es el conocimiento científico, hoy en día ya hay que luchar bastante en el ámbito educativo algunas veces para que prevalezca el paradigma científico normativo, y no las pseudociencias, las salidas de tiesto o lo que diga determinado tipo de influencers porque sí... Porque ellos «lo valen»...

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