Opinión

Hablemos de suicidio

En casa, hemos empezado el año viendo una serie de esas que ya calificaríamos de antiguas, pues se estrenó en 2022, y a la que llegué buscando en el catálogo de una conocida plataforma, cansada de thrillers misteriosos y crímenes. This England (título sacado de la obra de Shakespeare Ricardo II) narra el ascenso al poder de Boris Johnson en Reino Unido y su gestión del COVID-19 en su país, que llegó a registrar una de las tasas de mortalidad debido al virus más altas del continente europeo. El tercer capítulo de los seis de los que consta la serie se centra en lo sucedido en las residencias de ancianos, tan abandonadas allí a los estragos de la pandemia como en España. Las imágenes, realistas como si estuvieran sacadas de un documental o de un telediario, son devastadoras. Reconozco que no pude acabarlo, dejé a L. viéndolo y me fui, cobarde, a la cama. Me coloqué los tapones que uso cada noche para atrapar el sueño y, antes de retomar la lectura de la nueva novela de Fernanda Trías, la no menos estremecedora, de una belleza brutal, El monte de las furias, eché un vistazo a la sección Cartas a la directora del diario El País.

Suelo hacerlo a menudo, pues encuentro allí testimonios de un enorme valor, tanto humano como periodístico. Esa noche, leí una misiva enviada por Beatriz Hidalgo Velasco. «Hace poco más de un año mi hijo Daniel se quitó la vida. Solo tenía 14 años. La tarde anterior había venido su mejor amigo, jugamos al Monopoly y comimos pizza. Dani bromeaba y se reía. 24 horas más tarde la doctora del Samur nos comunicaba que había fallecido». Así comenzaba un texto en el que la madre de ese joven llamado Daniel, que pasará a ser sólo un número más en las estadísticas anuales de suicidios, demostraba una entereza, una inteligencia emocional y un valor que yo nunca llegaré a tener. Hablaba de tristeza, de desesperación, de culpa, de rabia, de silencio. «El silencio le mató», aseguraba, para terminar diciendo: «Sin duda, es necesario hablar de suicidio antes de que sea demasiado tarde». Según el psiquiatra, el de Daniel fue un suicidio por impulso (transcurre poco tiempo desde la ideación suicida hasta el intento), una tipología que «está aumentando de manera alarmante», tal y como le explicaron a Beatriz «el médico de cabecera y las psicólogas».

Es cierto, pensé, al acabar de leer aquella carta, el suicidio sigue siendo un tabú en esta España en la que hay fundaciones católicas y asociaciones de extrema derecha que se escandalizan, o fingen hacerlo, al ver convertido en estampita a un personaje televisivo en un contexto claramente humorístico. Por eso, y convencida de que lo que no se cuenta no existe, ni siquiera esa «realidad brutal» de la que escribe Beatriz, decidí compartir la carta en mis redes sociales. La respuesta fue increíble y muy esperanzadora. Entre los comentarios, ni rastro del odio y la agresividad que ahora inundan X, solo dolor, comprensión, empatía, solidaridad, también testimonios de situaciones semejantes, vidas truncadas, sin tiempo de ser vividas, y una conclusión: debemos hablar del suicidio, visibilizarlo. Según los últimos datos del INE, en 2023 se suicidaron en España 4.116 personas, siendo el suicidio la segunda causa de muerte externa en nuestro país. Son cifras terribles, pero no podemos quedarnos únicamente en su superficie. Detrás de cada dato hay una historia. Contémosla. Nuestro silencio puede ser letal.

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