Opinión
Suma y sigue
Cada vez son más las mujeres que se atreven a contar abusos que, lamentablemente, no supieron detectar en su día. La última en hacerlo ha sido la humorista Ana Polo, quien relató en un pódcast cómo el comunicador Quim Morales la besó en contra de su voluntad. Ahora, diez años después, lo explica, reconociendo que en aquel momento no fue consciente de ser víctima de un abuso de poder. Como suele pasar, se quedó bloqueada, incapaz de reaccionar. Ese episodio le dejó grandes secuelas en su autoestima, ya que acabó aceptando un trabajo sin saber si se debía a su talento o al capricho retorcido del presentador. El periodista, por su parte, se ha marcado un Rubiales, argumentando que el beso fue consentido.
Pero permítanme puntualizar: Ana era la becaria y Quim, el jefe. Ella tenía 24 años y él, 40. El incidente ocurrió en un aparcamiento. En aquel momento, nadie dijo nada, porque este tipo de comportamientos estaban a la orden del día, integrados casi tan rápidamente como ahora están siendo cuestionados. ¿Pero cómo no iba a parecer normal? Hemos crecido consumiendo ficciones que nos han hecho tragar abusos disfrazados de romanticismo desde pequeñas. Viendo violaciones, maltratos y agresiones físicas presentadas como grandes historias de amor en innumerables películas de Hollywood y Disney. Si aquellos personajes pudieran hablar... ¡Cuánto nos dirían! Imagino a Escarlata O’Hara compartiendo en Instagram cómo Rhett Butler, borracho y gritando, la subió violentamente por las escaleras de su mansión para luego forzarla a mantener relaciones sexuales. También puedo imaginar un tuit de Holly, la dulce protagonista de Desayuno con diamantes, confesando cómo aquel escritor le habló con crueldad dentro del taxi para luego besarla bajo la lluvia. Soltándole frases de cuñao, como: «Las personas nos pertenecemos las unas a las otras. Así se consigue la auténtica felicidad; lo que te ocurre es que tienes miedo». Qué ironía para un personaje que solo quería ser libre y feliz con su gato. Incluso Aurora, la Bella Durmiente, en un acto de imprescindible sororidad, levantaría el teléfono para llamar a Gisèle Pelicot y decirle: «Querida, cómo te entiendo».
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