Opinión

Amigos y enemigos

(Señora se dirige a señor en la recepción de un consultorio médico:) «¡Hey! Usted sale por la tele». «Bueno, en realidad, salía. Hace años que he vuelto a la radio». «¿Y en qué emisora está?». «En la Ser». «¡Huy! ¡¡¡El enemigo...!!!» «¿¿¿Enemigo... por...???» «Porque vosotros sacáis a Sánchez, que no ha trabajado en su vida, una vergüenza, y se va a cargar a España, y...». «Señora, no tengo tiempo para esta conversación». (¡Pataplam! Puerta en las narices...).

Esta escena la viví hace unos días en Madrid, donde alguna vez ya tuve que enseñar los dientes si alguien torcía el gesto, o el verbo, al descubrir que soy catalán. Hace tiempo que no me ocurría y me pilló con la guardia baja, aunque luego pensé: «¿Y de qué te extrañas?». Llevamos tanto tiempo asistiendo a la siembra de cizaña que no puede sorprendernos una cosecha tan abundante. Lo de Mazón y el Partido Popular mezclando Gaza y la dana, por ejemplo, confirma que la vergüenza se ha exiliado de algunos barrios.

Es verdad que con el huracán Donald Trump y sus amigos tecnomillonarios soplando por el mundo ya tenemos un culpable a quien cargarle el muerto de la polarización extrema; y con razón.

Pero hagamos examen de conciencia: está claro que a mucha gente le mola la bronca. Y le mola más aún no gastar esfuerzos en entender al otro. La tribu está de moda. Se puede formar a partir de los colores de un equipo de fútbol, de un programa de televisión o de una emisora de radio; pero también por si nos gusta más o menos una actriz, los libros de un determinado escritor o incluso las recetas de un cocinero. Le llaman batalla cultural y yo estoy hasta los mismísimos de la mierda que genera.

Por eso, aunque me tengo por una persona educada, le cerré la puerta en los morros a la señora que intuye enemigos de la patria hasta debajo de las piedras. Si me la encuentro otro día, le recomendaré que vea el vídeo de Ana Belén cantando a capela en el Museo del Prado «España, camisa blanca de mi esperanza», la canción de Víctor Manuel que mejor define lo que podría ser —y no es— nuestro país: un lugar «donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar».

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents