Opinión | Crónicas galantes

Galicia quiere gobernar su lluvia

Discuten el Gobierno de Galicia y el de España en general a cuál de los dos le corresponde la soberanía sobre el clima. Mucho es de temer que tan peliagudo asunto acabe en los tribunales. La Xunta urge el traspaso de las nubes, que aquí son como de casa, a la carpeta de competencias del Reino de Breogán. Los ministros de Sánchez retrucan que nones, alegando que eso no puede ser y, además, es imposible. Pero también decían que la cesión de su propio litoral a Galicia constituía «casi una declaración de independencia»; y al final han firmado la transmisión.

Ningún otro reino autónomo parece más autorizado para solicitar esa transferencia de poder. Galicia es lugar de clima cambiante e imprevisible, que puede amanecer bajo la niebla, lucir sol a mediodía y sufrir el embate de la lluvia por la tarde. Todo en el mismo día. Hay que poner orden en la atmósfera: y en cuestiones vinculadas a la lluvia está claro que cualquier gallego posee un doctorado por experiencia propia.

La idea viene de los ya lejanos tiempos de Don Manuel I, que en su día urdió la creación de un Centro de Meteorología de Galicia son sede en Lourizán. Fraga pretendía poner bajo control de la Xunta los disturbios atmosféricos, con la acreditada energía que era propia de su carácter.

Circunstancias de la época impidieron al Ciclón de Vilalba alcanzar ese objetivo, aunque al menos consiguiese allá por el año 2000 la creación de la actual Meteogalicia. Engañosamente templado, el actual presidente Alfonso Rueda acaba de retomar e incluso ampliar aquel propósito sin más que asumir todos -o casi todos- los poderes sobre la predicción meteorológica. Ahora mismo comparten el pronóstico Meteogalicia y la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). La Xunta pretende simplificar el asunto, alegando entre otras razones que su propio servicio dispone de un centenar de estaciones de observación más que el del Estado. Se trata de una vieja demanda de los hosteleros, hartos de que las televisiones con emisora en Madrid anuncien la habitual ración de lluvias y cielos encapotados que por rutina le corresponde a Galicia en el reparto del mal tiempo. A menudo ocurre que los sorprendidos clientes de cualquier chiringuito de playa oigan en la tele que están cayendo aguaceros, mientras en el arenal luce, en realidad, un sol deslumbrante. Mucho más que una policía autonómica, es la policía del tiempo la que de verdad interesa a los gallegos: especialmente en esta época de cambio climático en la que la gobernación de la atmósfera resulta decisiva.

Quizá sea esa la razón por la que Rueda considera perentoria la asunción del mando sobre el espacio celeste para el adecuado control de las borrascas que en la temporada de otoño/invierno acostumbran a desfilar por Galicia. Es una manera de reivindicar el derecho a equivocarnos -como en Madrid- con nuestros propios pronósticos. El Gobierno no está por la labor y ya lo ha dicho. Pero si ni siquiera nos dejan gobernar la lluvia, habrá quien se pregunte qué rayo de autonomía es esta. Se avecinan truenos en los juzgados.

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