Opinión | Shikamoo, construir en positivo
¿Miseria política?
El decaimiento del Decreto Ómnibus, al no ser convalidado por el Congreso, ha supuesto una nueva vuelta de tuerca en el proceso de separación entre dos mundos casi disjuntos ya. Por una parte, el de los profesionales de la política, personas que viven por y para ella, y en algunos casos única y exclusivamente de ella en toda su trayectoria. Y, por otra, el de los y las demás. Ambos mundos están hoy más separados que nunca en los últimos tiempos, creo yo, aunque según las diferentes versiones la culpa sea de unos o de los de enfrente. La tesis de esta columna es que, en cualquier caso, entiendo que esta forma de ver el parlamentarismo, donde la clave es batir al adversario y no el bien común, es el problema... ¿Qué les parece a ustedes?
Desde el punto de vista del Gobierno, los que han votado no a la convalidación son los culpables de la situación creada, donde aspectos tan importantes como la revalorización de las pensiones o las bonificaciones al transporte se han quedado en el tintero. Tienen razón, en parte, porque es verdad que la posición de poder de Junts, por una parte, y la avidez de cambio a cualquier precio por parte del Partido Popular, por otra, quizá hayan pesado más en su voto que las consecuencias de su negativa. Aunque ahora busquen o digan que buscan fórmulas alternativas para ir, punto por punto, avanzando para recuperar las medidas sociales decaídas, en tal sentido son los causantes del desaguisado, ¿no?
Pero si uno escucha a la oposición, esta se queja de que precisamente el Gobierno armó un megadecreto donde cabía un poco de todo, y en medio de ello bastantes medidas de tipo social, precisamente para que si no se le apoyaba se pudiese aducir tal falta de empatía y responsabilidad de la oposición con la ciudadanía. Sí, quizá también sea razonable algo de este punto de vista... Porque si se apoyaba al Gobierno, miel sobre hojuelas, y si no, ¡qué han hecho ustedes, hombre!
Yo, que no soy de blancos ni negros, sino de hermosas, complejas y matizadas escalas de grises, me puedo creer en cierto porcentaje ambas argumentaciones. Vale. Pero me da igual. El hecho, como comenzaba diciendo en el primer párrafo, es que el desastre está servido. Desastre de tipo social, por supuesto, al hacer mella dicha no convalidación en aspectos nucleares para una mejor convivencia, como la revalorización de las pensiones. Pero desastre también de tipo político y, si me apuran, también hasta sociológico, al volver a ser una verdadera patada en las canillas a cualquier cosa que sea parecida al ejercicio de la responsabilidad política. Como digo siempre, unos y otros libran su eterna partida de ajedrez instalados en el limbo de los supuestos justos —o injustos— mientras el pueblo ha de digerir las consecuencias de tan mala baba mutua, filibusterismos cruzados y todo tipo de andanadas contra la esencia de la democracia, entendida como el gobierno del pueblo. Pura miseria política, que lleva a pensar en que aquí, en realidad, se ha delegado tal cosa en una suerte o remedo de representación cutre, donde lo que importa está cada vez más despegado de la realidad y, por supuesto, de tal capacidad real de hacer cosas por el pueblo, desde el pueblo y para el pueblo...
Pinta mal la cosa, queridos y queridas... Los partidos políticos se han convertido, sobre todo, en grandes máquinas de vender, más que de solucionar problemas. Hablan entre sí poco o nada, cuando la clave es una continua búsqueda de consensos, de encuentro en lugares comunes y de cómo poner de acuerdo las diferentes sensibilidades —que es imprescindible y bueno que haya— para garantizar un avance continuado y sin demasiados sobresaltos. Pero aquí no, insisto. Aquí el que gana se lo lleva todo —el “the winner takes it all”, que Abba cantaba en un sentido distinto— y lo del otro es devastado, vilipendiado y destruido tan pronto se toca moqueta.
Muchos dicen, ante esto, que “es lo que hay”... Pero, de verdad, ¿es esto lo que hay y no más? Yo estoy convencido de que no. De que se pueden hacer las cosas de otra forma, sin que la institución partidista y partidaria sea lo nuclear, central y más importante. Se puede ceder y, haciéndolo, ganar en credibilidad y solvencia. Y se puede aprender, juntos, cada día más, de la mano. Sí, de la mano aunque se tengan ideas diferentes. Ojalá usted y otro más y también aquel señor de allí enfrente piensen igual... Y ojalá alguien metido alguna vez a la cosa pública predique esto y no que lo suyo —sea lo que sea— sea siempre lo más de lo más, y que el villano sea siempre el otro...
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