Opinión | El trasluz
Volver de donde no se debe
Hubo un tiempo en el que se hablaba mucho del “internet de las cosas”. Ya no, ya no está en las conversaciones porque quizá se ha instalado en la vida. De la soga se habla hasta que alguien la utiliza para suicidarse, de ahí la recomendación de no mencionarla en casa del ahorcado. No quiero decir con esto que nos hallamos ahorcado con el internet de las cosas, aunque un poco quizá sí. Además del termostato inteligente, por citar un ejemplo, capaz de ajustar la temperatura a los patrones de uso, están, por poner otro, las cerraduras inteligentes, ahora en auge, que te pueden dejar fuera de casa si hay problemas de conexión a internet o la batería del móvil está baja. El otro día le ocurrió a un amigo, que se vino a dormir con nosotros.
–No sabía qué hacer –me dijo a modo de disculpa.
–Haber llamado a un cerrajero inteligente –le sugerí yo.
Al día siguiente cambió la cerradura lista y puso una tonta, de las de siempre, es decir una cerradura mecánica, en la que girando la llave analógica en el sentido de las agujas del reloj cierras la puerta y girándola al revés la abres.
Yo dispongo de una puerta mental en mi cabeza (dónde si no). La llevo ahí desde niño. Al ser mental, se encuentra más cerca de lo virtual que de lo analógico. Sin embargo, la abro con una llave metálica, también imaginaria, claro, que no me falla nunca. Da adonde yo quiero: a la playa de Valencia en la que pasé parte de mi infancia, a la selva de mis libros de aventuras de entonces o al interior de un volcán que recorro según lo aprendido en el Viaje al centro de la Tierra, la novela de Julio Verne que devoré en la adolescencia. A veces, para decirlo todo, da a donde no quiero: al ataúd, pongamos por caso, en el que un día reposaré, reposaremos todos. Significa que con frecuencia vuelvo exhausto de esos viajes imaginarios, aunque no mucho más que de los reales.
En cualquier caso, y como se deduce de lo escrito, la existencia va, en gran medida de puertas que se nos abren o se nos cierran literal o simbólicamente. El internet de las cosas está más en lo real que en lo simbólico, aunque el hecho de que la puerta de tu casa no te deje entrar cuando vuelves de donde no debes (tal fue, como averigüé luego, el caso de mi amigo), resulta bastante metafórico.
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