Opinión | Crónicas galantes
Poca broma con las galernas
Temieron los más aprensivos que la borrasca Eowyn fuese, en realidad, un aviso de Donald Trump a los europeos que gastan poco en armas. Alentaba las sospechas el dato de que ese disturbio atmosférico llegase desde Florida, donde el tempestuoso emperador tiene uno de sus domicilios privados. Pero qué va.
El bueno de Eowyn se portó mejor de lo esperado y, en realidad, fue un temporal no más dañoso que los habituales en Galicia durante estas calendas de enero. Tanto es así que su relevo, el atlántico Hortensia, ha traído alguna preocupación más que el anterior a los servicios meteorológicos. Persiste, de hecho, la amenaza hasta mediados de semana o por ahí, lo que invita a la prudencia.
Los gallegos afrontamos con sosiego y algo de rutina estas furias de la atmósfera, como es natural. Sabemos por experiencia que las borrascas tienden a coger número para entrar por riguroso turno en Galicia durante los días de la temporada otoño/invierno, aunque este año se hayan retrasado un poco.
No es que se las reciba con alegría, claro está; pero tampoco hacemos mucho drama del asunto. Este es un reino de tan íntima relación con el agua que hasta corre por ahí la leyenda de que muchos gallegos están a punto de sufrir la mutación de sus bronquios en branquias.
A eso hay que sumar la incómoda situación de Galicia en el mapa. Los gajes de estar al extremo occidental de Europa hacen que este reino ocupe la primera línea de defensa frente a los temporales. Casi siempre entran a la Península por aquí, al igual que los ríos de chapapote que de cuando en vez nos dejan los petroleros descarriados.
Las borrascas de esta semana todavía en curso serían una mezcla de diluvio y vendaval que los meteorólogos definen con el nombre de «ciclogénesis explosiva» o «bomba meteorológica». Ese vocabulario ya de por sí espantable se ha enriquecido en esta ocasión con el nombre de «bombogénesis», que acaso sea una contracción de los dos anteriores.
Se trata de un mero cambio onomástico, pero pocas bromas con esto. Cualquiera que sea la denominación que se les aplique, las borrascas son un asunto doméstico en Galicia, donde las tratamos familiarmente por su nombre desde los ya lejanos tiempos de Hortensia. Pero no siempre corresponden a esa amabilidad en el trato.
El caso de aquel temporal que hace cuarenta años devastó Galicia es precisamente un recordatorio de que todo puede suceder cuando las fuerzas de la naturaleza se desatan. La declaración de emergencia decretada por las autoridades de entonces ayudó a reducir, en lo posible, los cuantiosos daños materiales de Hortensia; y es muy probable que evitase un más crecido número de víctimas.
Los más veteranos tienden a quitarle hierro a estos sucesos, en la creencia de que las verdaderas tormentas eran las de su infancia. Conviene no excederse en esas melancolías. Quizá Herminia no sea tan feroz como su abuela Hortensia, pero tampoco sobra precaución alguna cuando se producen estos alborotos de la atmósfera.
Solo es de esperar que la cabalgata de tempestades acabe lo antes posible y sin mayores desgracias que deplorar. Aunque sean como de la familia.
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