Opinión | Le Fumoir
Los años nuevos
Hay algo nihilista y hasta revolucionario en Trump, del que se diría que, más que el ejercicio crudo del poder, lo que le inspira y divierte es esa cruzada contra lo establecido

Donald Trump, presidente de EEUU. / EFE
Este 2025 empezó el 20 de enero. El discurso inaugural de Trump como 47º presidente de los EEUU estuvo en las antípodas de la cortesía habitual en estos casos. Fue toda una declaración de intenciones y un “J´accuse” contra unos predecesores, sentados a su espalda, que observaban, como si fueran los Ceaucescu esperando sentencia, cómo se enmendaba la plana no sólo de lo que habían hecho durante cuatro años, sino de la ideología que los inspiraba. La sentencia a ese juicio -la derrota electoral- fue previa al juicio mismo, pues desde el 20 de enero ya nada es como antes. Trump canceló en una sola frase toda la ideología de género, delineó un nuevo “Destino manifiesto” para unos EEUU que él considera en decadencia -pese a que sigue siendo la primera potencia mundial-, y evocó a un tiempo una imagen nostálgica y de futuro de su país, con reiteradas referencias a su clase obrera (!) y a aquella Norteamérica idílica, pujante y todopoderosa de los años 50 y 60 que parece querer reeditar. Fue también un aviso a aspirantes a Hegemón (China) y un alarde proteccionista frente al libre comercio, contrario al “America first” y que se había instalado como dogma de fe en la economía liberal de la Escuela de Chicago. También eso ha volado por los aires. Hay algo nihilista y hasta revolucionario en Trump, del que se diría que, más que el ejercicio crudo del poder, lo que le inspira y divierte es esa cruzada contra lo establecido y contra el Deep state que le denuesta y que quiso acabar con él. Y, pese a su rechazo de la intelectualidad, por lo general opuesta a su figura, hay también en él una vocación de “maître à penser”, de guía de los pensamientos de sus votantes, que más son followers en esta tuiterización de la política y del contrato social que vivimos. En ese afán esencialista y maniqueo, el discurso inaugural de Trump parece marcar un tiempo nuevo y escribir el obituario de mayo del 68 y de todas sus derivadas ideológicas, desde Derrida a Judith Butler. En menos de una década, esa derecha que anteayer daba miedo se ha convertido en cool y transgresora. Ha logrado entroncar con la inmediatez vital de los jóvenes que usan Tik-tok, mientras la izquierda que ha venido marcando el paso ideológico en EEUU desde los años 90, alejada ya de la agilidad elitista de antaño, aparece hoy a sus ojos como reaccionaria y regañona. Perdida en su laberinto de ideas y en su alambique woke, ha dejado millones de adeptos por el camino por no saber adaptar su mensaje cada vez menos universal al medio y al tiempo presente. Este fenómeno llegó a su paroxismo con una división de la sociedad en minorías que quiso perfeccionar el concepto de ciudadanía mediante la fisión infinita del átomo-votante, pero que no hizo sino confundir a los ciudadanos. Y sobre todo con la cultura de la cancelación, Inquisición posmoderna que fue especialmente patente en los campus de las universidades norteamericanas. Estas más parecieron, en los últimos tiempos, la plaza de Campo dei Fiori donde ardió Giordano Bruno condenado por ir contra el dogma, que el ágora ateniense de los grandes académicos y pensadores. El trumpismo y sus ideólogos hicieron una cosa bien, que fue detectar la brecha y meter el dedo en esa llaga por la que la sociedad sangraba, para luego venir con la cura-milagro a todos nuestros males, un discurso tan binario y carente de matiz como efectivo. El error de la izquierda ha sido, por su parte, seguir creyendo en el tiki-taka ideológico y no tomárselo demasiado en serio, creer que por simplón y tramposo carecía de razón de ser y de profundidad. Cuando quisieron darse cuenta, ya era demasiado tarde y tenían el torpedo en la quilla. Tras ese naufragio, y por primera vez desde la caída del telón de acero, es la derecha la que parece enarbolar el estandarte de la libertad de pensamiento. Un discurso que hace tan sólo ocho años generaba miedo, hoy parece despertar pasiones en no pocos ciudadanos de este planeta. Con la experiencia adquirida del anterior mandato y liberado de toda brida tras haber superado un proceso de destitución, un intento de asesinato y una campaña electoral, a Trump no parece pararle nada en esta nueva reencarnación, cuatro años que prometen portadas y emociones fuertes, y de los que va a depender el futuro del mundo y hasta de Marte.
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