Opinión | El desliz
¿Dónde vivirán los niños?
Me encuentro a una mamá del cole a la que acaban de «pedir» el piso. Que te «pidan» el piso es la pesadilla contemporánea, la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de cualquiera que viva de alquiler. Universitaria, máster, culta, con un trabajo y dos hijos a su cargo. «Las mujeres solas con familia somos parias hoy día», me confirma. Nadie la quiere como arrendataria, aunque jamás ha faltado a su deber de abonar la mensualidad, buscan inquilinos sin descendencia. En cuanto menciona a los niños le dicen que no da el perfil. En la Cadena SER, otra madre cuenta su odisea para las noticias: Un buen sueldo y una hija a su cargo, pero no consigue ninguna casa que pueda pagar. Muchas ofertas excluyen a los menores de partida. Esta semana, una pareja expone que no le alquilan una vivienda amplia de dos habitaciones en un pueblo, y no barata precisamente, porque tiene un hijo y la propiedad impone un máximo de dos personas para firmar el contrato. Recién casados para siempre. Un cuarto como dormitorio y otro para la playstation, o para un vestidor amplio, que no acabe nunca la adolescencia a que se ve abocada la juventud española. Ya ampliarán la familia la década que viene. Tres son multitud. Uno podría pernoctar en el trastero para asegurar un techo al resto, esa es la nueva ley de la usura inmobiliaria y la clase media tampoco escapa a la galopante precariedad que ha instaurado. La inversión de unos, la agonía de otros.
Los obscenos castings de inquilinos que se permiten en el mercado libre de la vivienda excluyen a la parte más vulnerable de la sociedad. Los niños son bultos sospechosos. No es que erosionen las baldosas por encima de lo recomendable. Resultan una carga económica que impide a los adultos satisfacer las mensualidades estratosféricas que se demandan por un alquiler. Cómo le vamos a chupar la sangre con garantías a los asalariados si antes les han sableado pequeñas criaturas con necesidades que cubrir. Además los seres bajitos quedan fatal en los vídeos de desahucios. Habrá que tachar pues a la infancia de la ecuación del ladrillo. Casas de lujo de un dormitorio y alquiler para uno en el parque temático. Las dos caras del edadismo, no es país para viejos ni para críos.
Cabía esperar algo así de una sociedad que permite la escandalosa existencia de negocios «solo para adultos» sin que medie ninguna razón de protección de los intereses infantiles. Hoteles y restaurantes donde no se permite la entrada de niños como reclamo publicitario o decisión empresarial para enfocarse a un determinado segmento de consumo de mayor calidad. Contravienen el mandato constitucional de la no discriminación por razón de edad basándose en un inferior derecho de admisión y nadie les tose. Ni siquiera los gobiernos de derechas, firmes defensores de boquilla de la familia tradicional. Si ya tienes tu pin parental para decidir si a tus hijos les proporcionan educación sexual, no pretenderás encima que puedan vivir en el barrio donde estudian y se han criado. Tampoco la demografía acudirá al rescate. Seguirá cayendo el índice de natalidad porque la cruda realidad es que tener hijos empobrece y dificulta la independencia. Se les ocurrirá algún beneficio fiscal para quien alquile a personas con hijos, pero quién necesita semejante incentivo si sigue llegando a mansalva mano de obra joven y sin cargas familiares, el perfil exacto que requiere el anuncio de la inmobiliaria.
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