Opinión | Arenas movedizas

Hacia una nueva colonización 2.0

La imagen ya ha pasado a la historia. Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google) y Elon Musk (X) en la toma de posesión de Donald Trump como cuadragesimoséptimo presidente de los Estados Unidos. En la fotografía no aparece Tim Cook, el CEO de Apple, que también acudió a la toma de posesión. Tampoco Bill Gates, propietario de Microsoft, ausente en el acto, aunque generoso patrocinador de la ceremonia de investidura en línea con otras grandes tecnológicas. El nuevo líder mundial y su guardia pretoriana 2.0 de propiedad privada.

Estratégicamente, el magnate y mandatario norteamericano los situó justo detrás de él, de modo que no era posible seguir el discurso de Trump sin reparar en la presencia de los mencionados, a quienes, con mayor o menor acierto, Pedro Sánchez ha bautizado como la tecnocasta, un palabro que vulgariza el momento histórico (y lo minimiza), nos sitúa a años luz de la verdadera dimensión del poder que atesoran quienes aparecen en la fotografía y se queda corto respecto a la importancia mundial e influencia de sus protagonistas, que es absolutamente toda. Imaginen por un instante un mundo sin Google, sin Android, sin Windows, prácticamente oligopolios. No es que el planeta regresara a la Edad Media, sino que una hipotética desaparición a voluntad de sus propietarios nos situaría en la prehistoria, abocados a la canibalización y hacia nuestra autodestrucción como especie.

Colonización. A pesar de la homonimia, el término nada tiene que ver con Colón, el primero de muchos en colonizar el Nuevo Mundo imponiendo hábitos y costumbres mediante el uso de la fuerza sobre un vasto territorio en nombre de la metrópoli. A partir de la Segunda Guerra Mundial, tras demostrar su poderío bélico en la contienda, Estados Unidos optó por otro modelo de conquista. Fue una ocupación progresiva, cultural y social, política y económica, que comenzó exportando el modo de vida norteamericano a través de Hollywood y Coca Cola, y continuó adueñándose emocionalmente de territorios por medio de la moda y las hamburguesas. Más tarde, a pesar de la resistencia china, consolidó el control de la economía mundial desde los rascacielos de Wall Street hasta culminar con las grandes tecnológicas, omnipresentes en los gestos más rutinarios de la ciudadanía.

A diferencia de Colón, Hernán Cortés o Pizarro, que debelaron a América a punta de lanza y en el nombre de Dios, Zuckerberg, Bezos o Musk han sometido al mundo sin un solo disparo, armados de fibra óptica o monopolizando el interior de nuestros teléfonos, desde que nada más despertarnos leemos una notificación de Facebook hasta que antes de acostarnos echamos un último vistazo a X. Entretanto, hemos pasado más del tiempo necesario en WhatsApp y Bezos nos ha enviado un paquete a través de un mensajero. Basta con echar un vistazo a la estadística de uso diario de nuestro móvil y comprobar cómo hemos repartido el tiempo entre las aplicaciones de las que son propietarios los nuevos señores del mundo.

A diferencia de China, que utiliza la economía para acometer una colonización silenciosa —miren a su alrededor. Además del éxito colosal de TikTok, probablemente, nueve de cada diez objetos se hayan fabricado en el país asiático—la de EEUU es una colonización social y cultural de la que ya es casi imposible abstraerse. «Da lo mismo que se atienda el fenómeno en Gran Bretaña, en Francia, en Italia o en España: bajo el pensamiento único, el mercado único y la aldea global se hacen a la americana, desde Indonesia hasta Chile pasando por Pekín», sentenciaba el periodista Vicente Verdú en su fabuloso ensayo El planeta americano. Lo escribía en 1995, antes de la universalización de Internet. Por tanto, y a diferencia de hace 30 años, ya no se trata de lucir unas Ray Ban, vestir unos Levi’s o comerse un Big Mac. Aquello eran decisiones voluntarias fruto de una invasión cultural que no afectaba a nuestras vidas. La diferencia entre entrar en un McDonald’s y utilizar el teléfono móvil es que los propietarios de Google, Windows o Amazon han convertido sus productos en una necesidad.

El mundo ya no es suficiente. Lo prometió Donald Trump en su discurso de investidura, aplaudido por aclamación y con la asunción del consejo de sabios de las grandes multinacionales de internet, como si se tratara del malvado emperador de Star Wars proclamando el Imperio ante el Senado: «Lanzaremos astronautas estadounidenses para plantar la bandera de las barras y estrellas en el planeta Marte». La Tierra ya la tienen.

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