Opinión
Nuevos bosques
De niños tenemos más o menos un plan en la cabeza: creceremos, nos formaremos, nos enamoraremos, tendremos un trabajo, una casa, una familia, unos amigos, unas aficiones, nos jubilaremos... Para otros se dibujará más tarde, pero mal que bien irán perfilando un plan de vida en el que pesará mucho lo profesional, pues el trabajo nos configura. Estructura nuestros horarios tanto como los gestos que repetimos en largas jornadas ante un ordenador, entregando paquetes en una furgoneta, recogiendo fruta en el campo... Define paisajes y espacios que nuestros cuerpos cruzan y observan en el trayecto al curro, las escaleras del metro, el semáforo en rojo, el hueco donde aparcar... El trabajo rellena nuestra actividad mental, chupa gigas de nuestro pensamiento y energía eléctrica de nuestro corazón. Todo por cumplir y rellenar todas las casillas de ese plan A que nos prefiguramos tanto tiempo atrás.
Y sin embargo... la vida se encarga de que el plan A descarrile. Pasan cosas y se produce el cataclismo. Enfermamos, cierra la empresa para la que trabajamos, nos separamos, metemos la pata y no nos dan el ascenso prometido, perdemos a quien amamos, la tecnología cambia y nuestro oficio queda obsoleto... No suelo tomar coches con conductor porque no creo en ese modelo de economía, soy de taxis, pero el otro día subí en uno. De pasada el conductor comentó que solo llevaba un año en el puesto. La curiosidad me pudo. Le pregunté qué hacía antes, me explicó que había hecho toda su carrera en la misma empresa de seguros como gerente de zona, pero de pronto un nuevo equipo directivo despidió a los mayores de 55. Tras un año en el paro, deprimido, consiguió un puesto de vendedor en una farmacéutica, pero, aunque vendió mucho (es lo que ha hecho toda su vida), para no hacerle fijo le despidieron. Entró en otra aseguradora, pero era una franquicia y tenía que llevarse de casa hasta el bolígrafo y la grapadora. Lo dejó. Está en los 60 y aún tiene que cotizar, de modo que se buscó lo de conductor. Le han vuelto a llamar de la farmacéutica para otra sustitución, pero no le garantizan continuidad. Es un ejemplo de un plan A que se fue al garete y fue sustituido por un plan B y un C y un D...
Estaba en el concierto de McEnroe y The New Raemon, Ricardo Lezón y Ramón Rodríguez, dos músicos excelentes por separado, pero soberbios juntos (es como si Bach y Vivaldi se hubieran animado a hacer un disco y una gira al alimón que se llama Nuevos bosques) y me dio por acordarme del conductor cuyo nombre me quedé sin conocer. Sigo desde hace años a estos dos artistas que hoy enfrentan con valentía la mediana edad. Ramón tiene la barba blanca y una hija con edad de ser la bajista de su banda. Ricardo peina canas y ha publicado un libro de memorias magnífico, Lento y salvaje. Y allí están, subidos a escenarios grandes y pequeños. A veces con banda de siete músicos en un auditorio y otras en un cafetín, con sus guitarras mano a mano. Sabía que Lezón es un maestro de los planes B, C, D (en sus memorias detalla algunos de sus dispares oficios), pero no que Rodríguez, tan prolífico, también hubiera tenido su plan A en el territorio de la música y se hubiera ido adaptando a muchos planes B por el contexto cambiante de la industria musical, el auge y caída de los discos físicos, el paso de las galas a los festivales y otras vicisitudes estructurales del sector cultural. Lo contaba con gracia entre tema y tema y yo pensé en mis propios planes A y en lo triste que me he sentido cuando se han desmoronado y en la incertidumbre con la que enfrento ahora un nuevo bosque: los 60 años que voy a cumplir pronto en el país (España) y la industria (el audiovisual) del edadismo. Pero también pensé en la enorme capacidad de nuestros cerebros y cuerpos para adaptarnos a lo que venga y me acordé de otro espectáculo increíblemente divertido y conmovedor, Travy, de la familia de Oriol Pla, y en el delicado trabajo de dos artistas de teatro de calle, Quimet Pla y Núria Solina, otros magos del plan B, C, D y hasta la Z.
Según las estadísticas, somos un país con una gran expectativa de vida. Como nos queda mucho por vivir y más para jubilarnos (somos creadores y somos autónomos, combinación infalible para no haber cotizado ni mucho ni suficiente), la mayor labor que podemos hacer los artistas por los demás es hablar con sinceridad y sin victimismo. Es saludable y nos hace más fuertes escuchar que no somos los únicos a los que el plan A les falló. Sirve para lo único que sirve: darnos la mano y confiar en tener cintura para internarnos en los nuevos bosques y planes B, C y D que nos aguardan.
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