Opinión
Miqui Otero
La patada de Cantona
El alzamiento de la bandera en Iwo-Jima, el pequeño paso de Armstrong en la Luna, la patada de Eric Cantona a un fascista, gesto que, muy oportunamente, cumple treinta años.
Van cuatro minutos jugados de la segunda parte del partido del Manchester United con el Crystal Palace cuando expulsan al francés. Cantona, que solía jugar con el cuello de la camiseta como si fuera el de la capa de Drácula, se lo baja, como si aceptara que se ha portado mal. Ya. En el camino hacia el túnel de vestuarios, un tipo de la afición rival baja a la carrera once escalones para gritarle algo. Él toma impulso y le descarga en el pecho una patada voladora por encima de la valla publicitaria de Mcdonald’s.
En los vídeos y fotos no podemos saber qué le ha soltado el hooligan. Se dirá que le ha mentado a la madre y que lo ha animado, no muy educadamente, a volver a Francia. Hay quien añade que mientras lo hacía ha extendido el brazo con la palma abierta. No nos apresuremos a llamarlo nazi, aunque dejemos apuntado que se demostró que militaba en el fascista National Front o que se autorretrataba como racista. Pero, ojo, igual estaba pidiendo un taxi.
Cantona, que será sancionado con nueve meses sin jugar, 30.000 libras y 130 días de trabajo comunitario, no da declaraciones, pero más adelante convoca una rueda de prensa donde solo dice lo siguiente: «Cuando las gaviotas siguen al pesquero es porque piensan que se arrojarán sardinas al mar». Hay quien opina que se refiere a la prensa sensacionalista, siempre en busca de carroña, pero también podría ser que hable de fascistas buscándose un premio. De hecho, se me ocurre que incluso puede ser una cita indirecta de Juan Salvador Gaviota, ese libro que todos los hijos de padres progresistas leímos a los seis años.
Allí, se habla de una gaviota que se escapa de la bandada, que quiere volar a su aire: «Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, no era comer lo que importaba, sino volar». Está claro que Cantona: a) Era un buen pájaro, b) Vaya si voló para dar la patada, y c) Siempre se desmarcó de la bandada de futbolistas, cuya declaración más comprometida ha sido: «El fútbol son 11 contra 11».
Luego Cantona se jubila a los 30 años, inspira a cineastas como Ken Loach y a músicos como Terry Hall, actúa y canta. Pasado el tiempo, le preguntan si se arrepiente de la patada y contesta: «Sí, sin duda: me arrepiento de no haberle dado más fuerte a ese fascista».
Pero esos cinco segundos dan para contar un siglo. En una carta, Cantona habla de su abuelo de Barcelona: luchó contra Franco y, cuando no había nada que hacer, su novia aceptó huir con él y cruzaron a pie hasta los campos de refugiados de Argelers.
Hoy el campo de esa ciudad lleva el nombre de Cantona. Y él no ha dejado de manifestarse, a veces con declaraciones delirantes pero siempre en el bando correcto, contra el genocidio de Israel o contra el mundial de Catar. Cuando Elon Musk provocó a los medios con un saludo nazi, muchos usaron la patada en textos y memes. Quizá no fue un saludo fascista, quizá la patada de Cantona no fue antifascista, quizá su abuelo tenía ganas de moules avec frites en la Costa Azul, quizá el mundo no esté lleno de cretinos.
Cantona decía que no diferenciaba un pase de Pelé de un verso de Rimbaud, porque provocaban la misma emoción y encapsulaban la eternidad en un instante simbólico. Lo mismo pasa, en el amanecer de las tecno-teo-autocracias, con su patada.
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