Opinión | Crónicas galantes
Yanquis contra el capitalismo
No es que los americanos hayan inventado el capitalismo, pero pasaban por ser sus más ardientes defensores. Hasta ahora. Por segunda vez, los votantes de esa República, muchos de ellos hispanos, han decidido elegir con reincidencia y algo de alevosía al que ya había sido su presidente, el intervencionista Donald Trump.
Tal que hiciera ocho años atrás, sin mayor éxito, el emperador con sede en Washington se dispone a abolir de nuevo el capitalismo mediante la imposición de aranceles al comercio y la intromisión del gobierno en los negocios.
Extrañamente anticapitalista, Trump quiere gravar con tasas del 25 por ciento las mercancías que Estados Unidos importa de Canadá y México; además de imponer un más módico 10 por ciento a las que le lleguen de China. De momento deja al margen a la Unión Europea, pero mucho es de temer que seamos la próxima víctima de su ira.
Como es lógico, su tradicional aliado Canadá ha respondido con la imposición de aranceles similares; y México con medidas de represalia. Trump, la pistola más rápida del Oeste, enfundó el arma durante un mes; pero la amenaza sigue en vigor.
Queda claro, en fin, que las modernas guerras ya no se libran en los campos de batalla sino en el del comercio; y atienden menos a la conquista de territorios que a la de los mercados. En realidad, el capitalismo liberal del laissez faire, laissez passer no era partidario de esta clase de conflictos. Bien al contrario, abogaba por que el mercado se regulase a sí mismo mediante el libre comercio a nivel mundial, la supresión de aranceles y la menor intervención posible de los gobiernos.
Han tenido que ser los chinos, oficialmente comunistas, los que defiendan la vigencia del libre mercado frente al intervencionismo que nuevamente abandera Trump.
Lo dijo el presidente de la República Popular, Xi Jinping, con una metáfora que suena a Confucio en el Foro de Davos. «Uno puede encerrarse en una habitación oscura para que el viento y la lluvia se queden fuera», sostuvo el líder chino. «Lo malo», añadió con sutileza oriental, «es que también se quedan fuera la luz y el aire».
Reverso sonriente y amable del iracundo Trump, Jinping le recordó años atrás a éste que nadie sale ganando en las guerras comerciales; y siempre será mejor invadir otros países con tus productos que hacerlo con tanques y aviones.
A China le ha ido de maravilla con este método, lo que acaso explique la fascinación de los dirigentes chinos por el capitalismo. Tanto, que a veces se exceden en la alabanza de sus virtudes.
Paradójicamente, la lucha contra el comercio capitalista la encabeza ahora Donald Trump con su rústico nacionalismo basado en los aranceles.
Solo los menos dotados de entendimiento creerán a estas alturas que las guerras —ya sean comerciales, ya las de siempre— tienen alguna utilidad en el siglo XXI. Lo alarmante del caso es que el jefe del imperio y, en teoría, principal defensor del capitalismo piensa exactamente lo contrario. Y poderío no le falta.
Consuela algo saber, si acaso, que Trump ya fracasó en su anterior intento. Puede que el capitalismo, con su mala salud de hierro, resista incluso a los capitalistas antisistema.
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