Opinión
Suave es la noche
Casi me mancho con el café el otro día al escuchar que Donald Trump quiere expulsar a los gazatíes para construir sobre lo que queda de sus casas después de la guerra un enclave de lujo, la Riviera de Oriente Próximo. Intuyendo el estupor que generaría dijo que no quería hacerse ni el gracioso ni el listillo, algo que sospecha que está a su alcance. Que iba en serio, vaya. La sola idea me llevó a Suave es la noche. Les recomiendo la lectura de esta novela de Francis Scott FItzgerald, fue la última que escribió hace ya casi 100 años y contiene ecos autobiográficos. Los Diver son un matrimonio de la alta sociedad norteamericana que se instala en la Riviera Francesa después de la Primera Guerra Mundial buscando el glamour. La verdad que parece que lleven una vida maravillosa, son la pareja perfecta. Elegantes y guapos, viajan mucho y organizan fiestas en su casa de la playa con gente sofisticada. Hasta que empieza a salir toda la miseria. Básicamente que la rica es ella y tiene una enfermedad mental, él solo es un psiquiatra, su psiquiatra, con aires de grandeza. Es una maravilla, una crítica sutil pero contundente a la alta sociedad norteamericana de la época, viviendo en el derroche, indiferentes a lo colectivo, una crítica al capitalismo salvaje.
¡Qué escribiría hoy Francis Scott Fitzgerald! Pues quizá situaría a una pareja admirada en Nueva York, él un gran tecnócrata que dio el pelotazo, ella de familia bien de siempre, se instalan en la nueva Riviera del Oriente Próximo, una comunidad exclusiva con resorts y villas de lujo construidas sobre los escombros de los bombardeos, pero ellos no lo saben porque viven demasiado pendientes del Nasdaq, sobre todo él, que verá cómo su compañía se desploma en bolsa, los últimos avances en cirugía estética mínimamente invasiva y la próxima fiesta fastuosa de un príncipe heredero del golfo Pérsico. Una trama de riqueza, poder y conflictos personales que lleva a los protagonistas a una decadencia interior que contrasta con las aguas mansas del mediterráneo. Scott-Fitzgerald es un clásico.
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