Opinión | 360 grados

El viejo esplendor de la Villa y Corte

A diferencia de otras capitales o grandes ciudades del mundo como París, Londres o incluso Sevilla, Madrid no está bañado por un gran río ni puede presumir de una bella y antigua catedral.

Sin embargo, fue a partir de Felipe II, el monarca que decidió instalar su corte junto al que Quevedo llamó en famoso y burlón poema «aprendiz de río», capital de un gran imperio donde no se ponía el sol.

Como explica el historiador de la arquitectura Jesús Escobar en un nuevo y documentadísimo libro que publica el Centro de Estudios Europa Hispánica (1), a pesar de ser ya en 1600 con 100.000 habitantes una de las mayores urbes de Europa, la ausencia en ella tanto de catedral como de universidad no le permitía recibir el título de ciudad.

Madrid hubo pues de contentarse con el que todavía conserva de «Villa y Corte» al combinar ambos gobiernos, el municipal y el real.

Escobar, profesor de historia del arte de la Northwestern University de Chicago y especialista en la arquitectura del siglo XVII en España y el mundo hispánico, analiza con lujo de detalles la arquitectura madrileña durante el reinado de la Casa de Austria y sus influencias e innovaciones procedentes de las distintas partes del Imperio.

Ya en 1550, reinando Felipe II, sus arquitectos introdujeron en los edificios que construyeron variantes de la arquitectura clásica, que combinaba tradiciones constructivas españolas con sus composiciones simétricas enmarcadas por torres con elementos clásicos procedentes de Italia o detalles ornamentales originales de los Países Bajos que aquéllos conocieron en sus viajes.

El Escorial, por ejemplo, sirvió de modelo para la nueva fachada del ya desaparecido Real Alcázar de Madrid, que empezó a construirse bajo Felipe III y acabó la regente y madre del último rey de esa dinastía, Mariana de Austria.

Otro gran proyecto real que ilustra el «estilo austriaco», como lo llama el autor, era el palacio del Buen Retiro, construido bajo la administración del conde duque de Olivares para disfrute de los reyes y que iba a servir como distracción de las crisis políticas que aquejaban a la monarquía.

Escobar analiza en su obra, profusa y bellamente ilustrada, las reformas del Real Alcázar, así como numerosas construcciones, entre ellas la llamada Cárcel de la Corte —palacio de justicia y hoy sede central del ministerio de Exteriores—, la Casa de la Villa y numerosas obras públicas como fuentes y mercados que dotaron entonces a la capital de los necesarios servicios.

Muchos edificios eran iglesias, monasterios o conventos ya que había gran cantidad de terrenos de propiedad eclesiástica, ya que las elites se consideraban obligadas moralmente a contribuir a la fundación de centros religiosos.

Se proyectó incluso en un primer momento construir una catedral capaz de rivalizar con la Basílica Real de El Escorial, pero, como explica el autor, esos planes tropezaron con la oposición de las poderosas autoridades eclesiásticas toledanas.

Los tres últimos monarcas de la Casa de Austria emprendieron singulares proyectos arquitectónicos que contribuyeron a engrandecer la imagen y la proyección de Madrid como capital de un imperio que muy pronto iba a entrar, como sucede con todos los imperios, en una inevitable fase de decadencia.

(1) Jesús Escobar: Arquitectura y monarquía en Madrid, 1620-1700 Ed. Cetro de Estudios Europa Hispánica (CEEH). 320 páginas y numerosas ilustraciones en color y blanco y negro.

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