Opinión | Inventario de perplejidades

Baltar hijo, a toda velocidad

Madrugada tras madrugada de ejercer eso que se ha dado en llamar «periodismo de mesa» (opuesto y complementario al «periodismo de calle») fui cayendo en la cuenta de que las tiras de papel de la sala de teletipos repicaban lo mismo para unas noticias que para otras, con la excepción de aquellas sensacionales que merecen un campaneo especial.

Tal que ocurre con los magnicidios, las declaraciones de guerra, los accidentes con muchos muertos, y cualesquiera otros sucesos catastróficos que se salen de la normalidad.

Verbigracia el protagonizado por el entonces presidente de la Diputación provincial de Ourense y senador cuando quiso convencer a unos jueces del Tribunal Supremo que circular en automóvil a más de 200 km por hora (215 en este caso) era un «evento consuetudinario», que diría Antonio Machado, por boca de Juan de Mairena, su personaje inventado.

Lo que en libérrima versión en el alambicado idioma de Cervantes significa que cuando los acontecimientos se convierten en rutina no debemos asustarnos por ello. Muy al contrario. En ese trance nuestra obligación sería la de quitar importancia al hecho de que los automovilistas ourensanos circulen por las calles de la ciudad a poco más de 200 kilómetros por hora.

La pasión por la velocidad que los habitantes de la ciudad de las Burgas heredaron de los romanos se manifiesta en casos como este, que nos trae a la memoria la figura legendaria de un piloto tan querido y apreciado como Estanislao Reverter, que está a la altura del campeonísimo italiano Alberto Ascari.

Hay que agradecerle a San Cristóbal, patrono de los automovilistas, que haya protegido desde el cielo a José Manuel Baltar.

A más de 200 km/h, la pasión por la velocidad adquiere rasgos homicidas.

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