Opinión | Parece una tontería
Menudo atraco
Muchas dificultades con las que tienes que lidiar cada día, después de cagarla, se amortiguan diciendo «Fue él (o ella)». Nadie desea tener la culpa de las cosas que salen mal cuando está por el medio y todo apunta a que algo de culpa sí tiene. Esta es la razón de que, en la suma de errores arbitrales se incluyan, no muy evidentemente, las veces que un colegiado se equivoca en una decisión, y algunas de las veces en que acierta, y como consecuencia de ello el equipo poderoso no se lleve la victoria. Ya sabemos cuál es el equipo poderoso que llora porque no le han dejado arramplar con todo. Ni que decir tiene que es horrible que el árbitro se equivoque, la peor cosa que le puede pasar a un equipo de guapos y ricos persuadido de que su destino es la gloria. La peor cosa, solo superada porque el árbitro acierte.
Todo cabe en un error arbitral, que a diferencia de los fallos de los jugadores, que se drenan como si fuesen lluvia, se vuelve una enfermedad insoportable a la vista. Esos partidos en los que equivocaciones y sobre todo aciertos conspiran para arrebatarte la victoria, se resumen en una graciosísima frase: «Fue un atraco». Ja. En algunas facetas de la vida, la culpa es puro romanticismo. La tienes o no la tienes por amor. Si te apetece que sea de Fulanito, existirán indicios más que razonables para señalarlo. Nadie verá claro algo que no quiere ver, de modo que si no te apetece que la culpa sea de Fulanito tendrás pruebas irrefutables de que recae en Menganito.
No merece la pena pasar por el mal trago de tener la culpa. Sinceramente, es mejor que recaiga en terceros. Tal vez por eso, cuando eres un niño, después de fastidiarla, aprendes a decir «Yo no fui». Es una brevísima mentira que, por tener solo tres palabras, ni mentira es. Para entonces tienes seis años, incluso menos. Con el tiempo perfeccionas la técnica. Te convences de que disimular tu responsabilidad es un ejercicio que, a la larga, te evitará disgustos.
En un historial inabarcable de fallos arbitrales a tu favor, con razón te ves gritando que te roban, y que la culpa es de aquel. Esto me recuerda a un tipo de Nueva York del que escribió Gay Talese, llamado Gerald Padian, poderoso abogado de profesión. Un día se dirigía a la biblioteca cuando un joven negro lo abordó: «Oiga, ¿me permite un momento?». Padian aceleró el paso. Pero el muchacho lo adelantó, reiterando su pregunta: «¿Me permite un momento?». El abogado lo tuvo claro: quería robarle la cartera, quizás matarlo, así que lo agarró y lo lanzó por los aires. Menuda hostia se llevó. Y sin más, prosiguió su camino. Pero de pronto, cegado por una intensa luz, pisó un cable eléctrico y se vio rodeado de cámaras de cine y equipos de sonidos. «¡Corten!», gritó furioso un tipo al que Padian reconoció como Woody Allen, que trataba de filmar Historias de Nueva York. El joven que iba a asaltar a Padian era el ayudante de producción que debía evitar que alguien irrumpiese en el rodaje. Pero como siempre resulta práctico que tu culpa sea de otro, Padian señaló al muchacho negro, que no lo avisó como debía.
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