Opinión | Décima avenida
El índice de idiotez de Musk
En su biografía sobre Elon Musk, Walter Isaacson escribe que el multimillonario ha creado en sus empresas lo que denomina el «índice de idiotez» para calcular reducciones de costes. El índice compara el coste de un producto con la suma del coste por separado de los materiales básicos que lo componen. Así, si un producto tiene un índice de idiotez alto, el coste final se puede reducir de forma muy significativa con un sistema de fabricación más eficiente. Isaacson cita en su libro el ejemplo de un componente de aluminio que, en bruto, tenía un coste de 100 dólares, pero que tras su elaboración costaba 1.000 dólares. Su índice de idiotez es muy alto, un 900%, lo que, a ojos de Musk, indicaría que hay mucho margen para reducir costes en el proceso.
El índice de idiotez es una de las referencias que usa Musk en su gestión empresarial. Su estrategia se divide en cinco pasos: eliminar tantos componentes o procesos como sea posible; simplificar y optimizar; cuestionar todas las regulaciones; acelerar el ciclo de producción con plazos extremos; y automatizar al final del diseño del proceso, no al principio. Otro de sus principios es que si, tras recortar costes y eliminar componentes y procesos, no se necesita recuperar al menos el 10% porque en realidad eran imprescindibles, el proceso de recortes no fue riguroso. Musk dista mucho de ser el meme pseudonazi que dibujan quienes se oponen a Donald Trump y al auge de la derecha autoritaria. En su mente conviven un ingeniero y empresario brillante, un adolescente eterno y un niño con asuntos pendientes de su infancia.
Su filosofía empresarial, junto a otras obsesiones como los picos de gran intensidad y la productividad de los trabajadores, la está aplicando en su recorte del Estado federal estadounidense. A sus ojos, el índice de idiotez del funcionariado y las agencias públicas es estratosférico. La USAID es un objetivo obvio: para un multimillonario que se ve a sí mismo como un genio que aspira a llevar a la humanidad a Marte gracias a su talento y esfuerzo, la cooperación al desarrollo es, simplemente, incomprensible. De ahí «errores» (en sus palabras) como eliminar el programa de prevención del ébola.
Es un riesgo aplicar el índice de idiotez a la política, ya que puede llevar a tomar decisiones idiotas. Javier Milei regaló a Musk una motosierra, un acto simbólico de que su política de recortes del gasto público a toda costa no es una extravagancia, sino una tendencia política e ideológica. De hecho, en estos tiempos inciertos abundan los hombres fuertes que defienden gestionar el dinero público sin tonterías, sin gastos superfluos, sin «ideología» (sic), sin política. Sin ir muy lejos, en Valencia, el teniente general José Gan Pampols asumió el encargo de dirigir la reconstrucción de la zona arrasada por la dana, decidido a no recibir «directrices políticas» y a dejar la recuperación de infraestructuras, viviendas, empresas y servicios públicos y privados «fuera del debate político».
La motosierra y el índice de idiotez no dejan de ser expresiones de la misma idea: que solo hay un sentido común válido en lo que a la gestión del dinero, público o privado, concierne: maximizar el beneficio, reducir el coste. En lo referente al Gobierno: cuanto más pequeño, mejor; el sector privado no debe tener límites.
«Soporte técnico», rezaba la camiseta que llevó Musk a la reunión del Gobierno de Trump. El subtexto es evidente: los políticos allí reunidos necesitan a un experto no político para evitar que, dejados solos a sus propios instintos, derrochen un dinero que no es suyo.
Una postura autoritaria, antipolítica y, por este motivo, antisistema. Aplicados al Estado y, por tanto, a la política, el índice de idiotez (o la motosierra), en contra de lo que argumentan sus impulsores, son herramientas profundamente ideológicas: obedecen a una visión del ser humano, del mundo y de la política.
El rigor y el buen uso de las cuentas públicas es una obligación de todo Gobierno; dejar al Estado en los huesos es una opción tan política e ideológica como crear un Estado del bienestar. Una opción que, entre otras consecuencias, beneficia a multimillonarios como Musk. No hace falta tener un índice de idiotez muy bajo para darse cuenta de ello.
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