Opinión | Buenos días y buena suerte
Europa en la hora de la verdad
La visita de los líderes a Starmer, en Downing Street, no me pareció cosmética. Hay que hacer cosas y dejarse ya de maquillajes. Hay urgencias. Uno se alegra de la implicación del laborista en los graves asuntos que vive el mundo, y mucho más la Unión Europea, tras los aciagos gobiernos de los tories. Destruyeron la conexión con Europa estúpidamente, antes incluso que Trump. Se dejaron llevar por el miedo electoral, se guiaron por las opiniones de la Inglaterra profunda y carecieron por completo de una visión de futuro. Por eso perdieron el poder, tras tantos años delirantes. Hoy, el Reino Unido votaría en contra del brexit, según anuncian las encuestas.
Pero no se hagan demasiadas ilusiones. La unión del continente (incluyendo al Reino Unido) se hará de rogar. Una pena. Habría que revertir el brexit ya, cuanto antes. Los laboristas también han manejado el asunto con cierta frialdad, para qué negarlo. Ahora bien, estamos, como ha dicho el propio Starmer, ante una grave encrucijada. Las amenazas de Trump incluyen incluso al viejo socio, y ponen en peligro los tradicionales pactos anglosajones. Nada se libra de esta estúpida furia, de esta irresponsabilidad.
Así que Starmer tiene motivos suficientes para unirse a las grandes decisiones que han de tomarse en esta nueva etapa. No sólo por su compromiso con Ucrania, sino por la necesidad de recuperar protagonismo en la esfera europea. UK con Europa es siempre mucho mejor. Espero que esto no se convierta en una pelea de gallos para aparentar liderazgo. De eso estamos ya muy hartos. Es una de las cosas que han debilitado a Europa. Hay que actuar en armonía, dejándoselo claro, por cierto, a los políticos europeos que coquetean (sin disimulos) con los nuevos matones.
Ya está bien. No se puede volver a dudar. Javier Cercas hablaba ayer de activar la vía federal en la Unión: no me parece algo que vaya a suceder mañana. Y, sin embargo, es necesaria más colaboración entre estados, más acercamiento y más espíritu europeo. Habrá que tomar decisiones incómodas, como el asunto de la defensa y la seguridad. Pero uno no debe ir allá donde no le quieren.
La explícita ruptura de los vínculos transatlánticos por parte de Trump, su acercamiento a Putin (sea por asuntos que hoy desconocemos, o por los que son ya conocidos, o por su afán por atraer a Rusia frente a China), obliga a Europa a tomar decisiones firmes. Y debe hacerlo desde el convencimiento de su fortaleza, que es mucho mayor de lo que proclaman sus habituales negacionistas, los agoreros que sueñan con su desaparición para regresar a la política feroz de las áreas de influencia, el anhelo de Bannon de fundar esa internacional nacionalista, ahora crecida como nunca.
Coincido con Javier Cercas en el daño que a menudo Europa se inflige a sí misma, por dudar, por no activar sus indudables fortalezas. Europa es enemiga de este emergente poder autoritario, o autocrático, porque es la sede de la libertad y la democracia. Lo es ahora mismo. Y también porque es un ejemplo de diversidad, de respeto con las culturas múltiples, de lucha por el bienestar. Esto no gusta a algunos. El mensaje es derruir el más grande edificio de libertad existente. El declive de Estados Unidos, donde por supuesto hay grandes demócratas y amigos de Europa, se verá incrementado con la política de Trump, que dañará al mundo, pero mucho más a su país. No sólo Europa tiene que ser autónoma, sino dirigir el mundo libre. De eso depende que no se imponga el aislacionismo y la destrucción de la confianza.
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