Opinión
La imprudencia sale carísima
Desde hace un tiempo invocar la prudencia es muy imprudente. Nos convierte en gafes o gente de mal gusto que hablan de hemorroides en un concurso de belleza. Maldito Aristóteles, tan precursor al decir que la prudencia es lo que permite al hombre discurrir bien respecto de lo que es bueno y conveniente para él mismo. Discurrir también es políticamente incorrecto. Luego se habló mucho de prudencia política, tan conveniente para estadistas y representantes del pueblo pero, en época de relativismos y absolutismo emocional, pedir prudencia suena ñoño y cursi.
Del reality show a la presidencia de los Estados Unidos, la imprudencia expresiva de Donald Trump abarca dos elementos posibles: no haber aprendido nada de su primer mandato y aplicar a la política global sus jugadas como especulador inmobiliario. La política es algo distinto porque involucra la estabilidad, el bien común, la ambivalencia debida y la razón posible. Prudencia al gobernar, al legislar y al sentenciar. Lo decían los clásicos: es la tarea esencial de la razón práctica aunque con la posmodernidad se ha considerado que la prudencia era una patología conservadora.
Otro escenario es caer en un maximalismo ecologista que perjudica la industria y la competitividad, cerrar las centrales nucleares o no haber previsto que una inmigración descontrolada podía trastocar el mapa electoral en casi toda Europa. En estos casos, se pudieron prever las consecuencias pero se prefirió acceder a los consensos políticamente correctos. Sea por temor o por candor, hubo imprudencia.
Ahora, en Europa, un caso supino de imprudencia es que esté de moda decir que si los Estados Unidos tratan tan mal a Europa será mejor entenderse con China. La culpa de todo es de Trump y se olvida que Europa estuvo protegida por los Estados Unidos en dos guerras mundiales y la guerra fría. Suponer que negociar con Jinping sería más llevadero que negociar con Trump es otra imprudencia, frívola y propia de intelectuales muy perezosos. Si Jinping se salta las normas confucianas poscomunistas pudiera tener la tentación de aprovechar las abundantes imprudencias de la Casa Blanca y cometer él la imprudencia de asaltar Taiwán. China ya entró con indebida ventaja en la Organización Mundial del Comercio.
Frente a la parálisis perpleja de la Unión Europea los módulos de la imprudencia vigentes en la Casa Blanca no son uniformes: Trump tiene el desparpajo ofensivo de contradecirse y no rectificar; Vance actúa más como predicador inoportuno y Musk es el genio embotellado que no ambiciona la madurez. Los tres practican la política imprudente.
A estas alturas, ¿vale la pena reclamar prudencia política? Indudablemente, sí. Entre otras cosas porque la imprudencia resulta carísima. Así han salido de los juzgados, visiblemente satisfechos, los muchachos de La Manada en los San Fermines de 2016, con penas aligeradas gracias a la ley podemita del solo sí es sí, radicalmente imprudente. Que algún canal de televisión haga un concurso de prudencia a ver si algo se contagia.
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