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Opinión | LA PELOTA NO SE MANCHA

Entender y esperar a David Mella

Entender y esperar a David Mella

Entender y esperar a David Mella

¿Qué le pasa a David Mella? ¿Por qué no muestra últimamente esa versión exuberante y demoledora que siempre le ha acompañado? Él, caníbal como pocos, siempre ha devorado categorías, campos y conquistas. Hasta ahora solo una lesión de pubis le había podido parar unos meses. Desde hace un tiempo ya no es lo mismo. No es grave, es patente. Han aflorado razones tácticas más que plausibles para explicar ese bajón, también personales y de crecimiento pueden estar contribuyendo. Lógicas todas dentro de un proceso que no regatea ni a los elegidos. También es cierto que se ha dado demasiado por supuesto con él y con Yeremay Hernández. Del canario que no le afectaría todo lo sucedido en el mes de enero, del zurdo de Espasande que esa sensación de imparable iba a ser eterna, que no podía concederse un respiro, ni un paso atrás para él, aunque fuese para coger impulso. David Mella solo tiene 19 años, lleva unos meses como sénior y en el fútbol profesional. Las carreras también se construyen con dientes de sierra, levantándose de momentos en los que no viene todo de cara, de fases que exigen superarse para ser mejor. No todas las lecciones llegan ganando, marcando goles y siendo el protagonista absoluto. Calma. Entenderlo y esperarlo, nada más.

Estos meses en los que no es él no han generado ni la primera fisura. Desde hace tiempo la grada sabe que en aquella generación de 2003 y sus reverberaciones están los elegidos, los que iban a sacar al Dépor del fango y que le iban a hacer recuperar, primero, la dignidad y, después, la Primera División. Uno de los objetivos está cumplido, el otro habrá que esperar. Sigue patente ese flechazo que llegó en la Youth League, para el que no lo conociese antes. Por eso hubo pánico cuando el Brighton le merodeó el pasado verano, aunque su voluntad de seguir fuese inquebrantable. Muchos deportivistas respiraron aliviados entonces, la misma sensación se repite hoy al recordar aquel episodio. Le valoran por su fútbol, por lo bueno que es y, por encima de todo, porque, en las malas y cuando los mejores siempre le han querido, él siempre apostó por seguir en el Deportivo, en su casa. Cuando era un cadete, cuando asomaba al profesionalismo. Siempre.

Ser un club de cantera es un labor poliédrica, profunda, llena de matices. Hace unas semanas, con la marcha de Lucas Pérez, combinada a las de Ian Mackay y Álex Bergantiños, salía a relucir que tal filosofía implicaba acompañarlos también durante el resto de su carrera, no solo en los primeros pasos o cuando asomaban por el estadio de Riazor. También es tener calma y paciencia en momentos así, no solo en el banquillo y en los despachos, también en la grada. Que tengan derecho a equivocarse, a experimentar en posiciones novedosas que le puedan hacer más completos. Nada de runrun, de quejas ni de desesperación volcadas en unos niños. Ellos siguen formándose, aunque ya hayan llegado al primer equipo. Mella y todos.

La capacidad para seguir enseñándole, para que continúe aprendiendo, va aparejada a esa compresión, a saber elegir los momentos para darle vuelo, para ponerle a prueba en posiciones y contextos. Gilsanz lleva un tiempo recolocando a Mella más por dentro para que Ximo Navarro tenga el camino despejado por la derecha y para estructurar mejor al equipo a partir de una salida de tres en la base con José Ángel como capitán general. Por su estilo y por sus condiciones, el zurdo de Espasande ya tuvo que hacer un esfuerzo enorme hace un año para jugar por la zona diestra. Al principio, no lo veía y, entre todos, lo acabaron convenciendo, algo que él agradece, a Idiakez el primero. Eso sí, zurdo nato, extremo izquierdo de por vida, la posibilidad de apurar la cal, de que pudiese partir de esa línea le daba algo de aire en esa adaptación exprés a la que le sometió el técnico vasco. Sin evitar cierto sufrimiento, fue adquiriendo rudimentos y mostrando un nivel rompedor. Su principio de liga con cinco goles y cuatro asistencias fue demoledor. No había quien lo parase. Se ha frenado en seco y quizás esa corrección táctica de Gilsanz, aunque a larga le pueda hacer mejor futbolista, merece ahora valorar un matiz o dejarla para una próxima temporada con el siguiente trabajo de verano. Lo único bueno es que el Dépor transita con cierta holgura y que hay otros futbolistas que están alcanzando un gran nivel. Se lo puede permitir. Benditos debates o etapas de transición sin la soga al cuello. Algo inusual en Riazor.

Una Segunda que avisa y traiciona

El Dépor ha conseguido destilar tal sensación de suficiencia que se permite entrar en disquisiciones como la de David Mella. También le ha dado la oportunidad de no sentirse amenazado por el descenso, a pesar de que lo tiene a dos partidos y con un Eldense que no para de apretar. Esa tranquilidad viene más por las sensaciones que por las matemáticas, pero siempre suele ser un buen indicador y el mejor de los caminos para que, al final, las cuentas acaben dando.

Todo viene también porque el hundimiento en la tabla de Cartagena, Tenerife, Racing de Ferrol y, en un principio, Eldense hacía presagiar una benigna lucha por la salvación. Era como si todos esos anuncios de que era la mejor Segunda de la historia, de que estaba llena de equipos grandes y de que iba a ser una escabechina, acabasen siendo en vano. El equipo de Oltra, admirable y peligroso en las últimas semanas, se está encargando de ponerla muy cara. El Zaragoza fue su última víctima y los maños se encuentran ahora mismo en un grave problema. No es el único en un momento en el que ya se debía empezar a partir todo. Nada de nada. Toca remar. El Dépor está más o menos en media tabla y lidera ese grupo de equipos amenazados por la sombra del descenso, aunque él no lo sienta así. Las próximas semanas aclararán el panorama. La presencia en el camino de todos esos conjuntos en descenso animan las previsiones blanquiazules, pero nunca se sabe. Eso sí, la mejor Segunda de la historia avisó y, más allá de alguna vacilación, está cumpliendo. Puede engullir a cualquiera.

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