Opinión | Décima avenida

El falso periodista de la Casa Blanca

Es un clásico burlarse de la vestimenta, sobre todo de los más débiles. Brian Glenn, corresponsal de Real America’s Voice en la Casa Blanca, es el periodista que le preguntó a Volodímir Zelenski en el Despacho Oval: «¿Por qué no llevas traje?» De todas las posibles preguntas que se le pueden formular al presidente de Ucrania, al de EEUU, Donald Trump, y al vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, durante una reunión en el Despacho Oval, a Glenn, autoproclamado adalid de la libertad de expresión, se le ocurrió preguntar por el traje. «Está en el despacho de más alto nivel de este país y se niega a usar un traje. (...) A muchos estadounidenses les molesta que no respete este cargo».

Glenn tiene carnet de prensa, está acreditado ante la Casa Blanca y goza de acceso al presidente estadounidense y a quienes lo visitan en el Despacho Oval, pero no es un periodista. Es un propagandista, un activista que trabaja para un supuesto medio de comunicación, Real America’s Voice, que es portavoz de teorías conspirativas de extrema derecha y acoge el pódcast de Steve Bannon después de que fuera expulsado de YouTube y de Spotify. La carrera de Glenn —esposo de la congresista Marjorie T. Greene, trumpista entre las trumpistas— se sustenta en la devoción por Trump y el movimiento MAGA, bajo el noble paraguas de la libertad de expresión.

Como periodista, Glenn se sumó a la humillación de Zelenski en el Despacho Oval. Los comentarios malintencionados sobre su estrategia de imagen son munición habitual del amplio arsenal de críticas al presidente ucraniano desde trincheras fringe a izquierda y derecha. Trump bromeó sobre ello antes de la reunión en el Despacho Oval y Glenn, obediente como todo buen propagandista, siguió el ejemplo en su interlocución en el Despacho Oval.

Buenismo es una de las acusaciones habituales a la izquierda y al progresismo desde las filas de la derecha y la extrema derecha. Es una acusación antigua, tanto que hace tiempo que caló en la conversación pública y ahora se usa de forma acrítica. El buenismo equivale a una interpretación ideologizada de la realidad (la condición humana, las relaciones sociales, el progreso de las sociedades) basada en una visión simplista que ofrece recetas y políticas sin consecuencias prácticas e, incluso, contraproducentes. En el contexto de la guerra cultural, en el ámbito comunicativo surgió una corriente contraria, arraigada supuestamente en la realidad y que «sin complejos» denunciaba el simplismo y las nefastas consecuencias del buenismo. Había periodistas «sin complejos» en los medios tradicionales (la radio y las tertulias televisivas, sobre todo), pero fue en el entorno digital (la blogosfera, redes, nuevos medios) donde el antibuenismo floreció: sin ir más lejos, Bannon se convirtió en un actor político gracias a Breitbart News. Cosas del marketing, ese antibuenismo no se vistió con el traje que le va a medida (malismo) y se envolvió en la bandera de la libertad de expresión para colocarse a la vanguardia de la oleada reaccionaria.

De esa cantera inagotable de voceros malistas se nutrió la estrategia comunicativa de la extrema derecha, de la que Trump es el más destacado representante. Si el buenismo es empático, cursi, optimista y orgullosamente idealista, el malismo es malcarado, marrullero, pandillero y autoproclamado realista. El malismo disfruta escandalizando al buenismo, y este reacciona pidiendo que se le prohíba y se le silencie, lo cual alimenta su retórica de la libertad.

Y así hemos llegado al punto en que dos políticos y un propagandista, cual matones en el patio de la escuela, humillan en directo al presidente de un país en guerra, invadido por su vecino, entre el jolgorio de la claca digital encabezada por un multimillonario propietario de una red social.

Igual ha llegado el momento en que el periodismo, al margen de informar, diga que no: que un periodista en la Casa Blanca no debe erigirse en portavoz de lo que molesta o no al pueblo estadounidense; que emitir opiniones no te convierte en periodista; que, aunque Brian Glenn se vista con el traje de periodista, va desnudo: no es un periodista, es un propagandista al servicio de una ideología.

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