Opinión | Buenos días y buena suerte
Lo peligroso es la ignorancia
No quiero ser víctima de la simpleza que observo en dirigentes como Trump y decir que un rico con excesivo poder tiene mucho peligro. La simpleza corroe la democracia, la desprecia por su propia complejidad. Gente como Trump cree que en lo complejo se esconde un engaño. Quizás envidia en secreto esa complejidad que sus cuentas corrientes no pueden darle.
Recuerdo a algunos bravucones en el colegio ya remoto: si se veían en dificultades, o desbordados por lo que no entendían, señalaban al que les aventajaba en oratoria y conocimiento y gritaban: «¡Sobre todo, que no hable!». Pero Trump, a cambio, no para de hablar. Alguien ha diseñado en silencio esta política que consiste en no dejar huecos libres, en ocuparlo todo, aunque sea con insensateces. Mientras desmontamos la estupidez, otros van haciendo. Este es el truco. Riqueza, egolatría, narcisismo: una combinación muy peligrosa. Aunque lo verdaderamente peligroso es la ignorancia.
De nada sirve oponerse, pues nuestras quejas parecen una vocecita en la tarde. Europa, por ejemplo, bracea en busca de algo que ayude a calzar la mesa sobre la que Trump ha descargado un puñetazo. Quizás fuimos inocentes al creer que podríamos dedicarnos a la economía, a la cultura y al turismo, sin más. Un mundo feliz, dentro de lo que cabe. La razón, la ciencia, la diversidad, la convivencia: lo que se le supone a un ser humano avanzado. Y obviamos que haber sufrido dos guerras mundiales no nos hace inmunes. No sospechamos que Estados Unidos podría girar vertiginosamente hacia un autoritarismo divisorio y autodestructivo. Y eso que Trump, y otros, ya apuntaban maneras. Es la simpleza, ya ven, la que ha engañado al pueblo.
Pero quien todo lo tiene no suele conformarse. Trump y sus validos de la tecnología vieron que la riqueza sin poder es como un jardín sin flores. El poder es lo verdaderamente adictivo, la droga final. Y ahí están, enganchados a tope. Y con prisa, porque esta gente está acostumbrada a conseguir las cosas para ayer. ¿Qué puede detenerse ante el dinero? Esta es la cuestión. Así que son los ricos los que mandan. La máxima aspiración del capitalismo moderno, supongo. Para qué sufrir regulaciones y mandangas, pudiendo ir directos al grano. Una motosierra es suficiente: riamos mientras podamos, ese sí que es un buen eslogan. Y caen, las primeras, las ramas del saber.
Con esa facilidad para firmar decretos en carpetas que parecen del menú del día, con una firma ciclópea, rotulada como las Montañas Rocosas, exhibida con orgullo al personal, como el niño que completa la caligrafía con éxito, (porque la firma es el poder, lo mismo que pasa con los cheques), Trump declaró el otro día que el inglés era la lengua de los Estados Unidos y ya.
Aunque está claro que ha iniciado una dinastía, aun sin sucesor (Elon ya ha tenido encontronazos: ay, pronto empezamos), Trump aspira a ejercer una especie de derecho divino: o sea, quiere gobernar como Dios. Si en estas semanas todos le hubieran hecho caso sin rechistar, con lo de Panamá, Canadá, Groenlandia, Gaza, Ucrania, etc., podría salir por la televisión, su verdadero lugar, y decir: «Bueno, pues esto ya estaría». Y seguir con el golf.
Pero sucede que el mundo es un poco más complejo, incluso para alguien que firma decretos con esa rotulación tan ostentosa. Lástima que todo esto nos arrastre a una militarización global, a una política a cara de perro. Lástima. Quiere el magnate arrinconar a Europa, quizás porque le deja en evidencia una y otra vez. Esta es la culpa de Europa. Existir, mayormente.
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