Opinión | Crónicas galantes
Muerte a la carta en USA
Un americano condenado a muerte ha elegido el pelotón de fusilamiento para que le den matarile. El procedimiento suena algo antiguo, pero esa fue la petición del propio reo, temeroso de que la inyección letal o la silla eléctrica le infligiesen —como a veces ha sucedido— una muerte lenta y cruel. El tiro al blanco puede despachar mucho más rápidamente al convicto, siempre que los fusiladores apunten bien.
La llamativa noticia nos recuerda que en más de la mitad de los Estados Unidos está en vigor y se practica con soltura la pena capital. Tal costumbre parece un tanto bárbara a estas alturas del tercer milenio, pero habrá que contemplarla desde un punto de vista positivo.
Sorprende, desde luego, que un país civilizado (incluso con Trump al mando) siga manteniendo la muerte entre sus castigos; pero al menos deja que el agraciado escoja el procedimiento por el que lo ultimarán. Puestos a que el Estado te mate, es un pequeño consuelo que te deje elegir una muerte a la carta, como en el restaurante.
Sobre este asunto teorizó el ya finado cantautor español Javier Krahe en su conocido tema La hoguera. Barriendo para casa, Krahe apostaba por ese método de cremación en vivo y en directo que en su día popularizó la Inquisición española.
El autor de la letra —y de la música— contraponía la ejecución mediante el fuego a otras fórmulas de pena de muerte, aunque no desdeñase sus virtudes. Consideraba dignas de admiración, por ejemplo, la crucifixión, el empalamiento, el desuello, o la inyección letal.
Apreciaba igualmente las ventajas del paredón, la horca o el garrote vil, tan castizo y utilizado por aquí hasta no hace mucho. Tampoco le parecía mal la guillotina, «que tiene el chic de lo francés»: o la silla eléctrica, que es «americana, moderna y funcional». Pero, en fin: él se inclinaba por la hoguera, «que tiene un qué sé yo». (No hará falta aclarar que se trataba de una canción satírica).
A los condenados en esa parte de Norteamérica no se les ofrece un catálogo tan extenso de formas de morir, pero es que no se puede estar en todo. Salvo error u omisión de este cronista, el menú de Estados Unidos se reduce a la inyección de veneno, la electrocución, la cámara de gas y el paredón de toda la vida. Fuera de carta no se puede elegir.
Siempre habrá quisquillosos —los europeos, un suponer— que juzguen atroz esta variante del homicidio legalizado como castigo. La última pena ha sido abolida, como se sabe, en todos los países miembros de la UE.
En esto se conoce que somos unos melindrosos poco partidarios de la violencia institucional, aunque ahora Trump nos obligue a rearmarnos por si viene su colega Putin. Otros verán en esta decisión un signo de la superioridad ética de Europa frente a ciertos hábitos que todavía se usan allá por tierras del imperio.
Como quiera que sea, no se les puede negar imaginación a los responsables del sistema penal norteamericano. Esto de que te dejen escoger cómo van a matarte es toda una cortesía del Estado y acaso un rasgo de ultraliberalismo. Tan en boga, por cierto.
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