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Pedro Feal
¿Justicia artificial?
La película Justicia artificial (2024), dirigida por Simón Casal y rodada en Galicia, planteaba la posibilidad de que los jueces fueran sustituidos por sistemas de inteligencia artificial (IA) capaces de elaborar sentencias por sí mismos. Se supone que esto garantizaría una efectiva independencia en la administración de justicia, además de una aceleración de la resolución de los procesos judiciales en curso, ya que la IA sería mucho más rápida que los humanos en emitir sentencia. Sin embargo, la película apuntaba a la manipulación por parte del gobierno de tan informatizado sistema judicial, quebrando así, paradójicamente, el principio fundamental de la separación de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial.
Ahora, la Generalitat de Cataluña se dispone a poner en marcha un plan para agilizar la resolución de sentencias (en principio, las más simples y mecánicas) por medio de un programa informático basado en la IA. De este modo, se calcula que los jueces podrán ahorrar miles de horas de trabajo al año (hasta un 60% del total) para poder dedicarse a los asuntos más complejos, que requieren elaboraciones más individualizadas.
Como se puede observar, una vez más la ciencia-ficción (en este caso, la de la película mencionada) se adelanta a la realidad. Pero al mismo tiempo advierte de los peligros: aunque la propuesta catalana parece razonable, cabe preguntarse qué sucederá si progresivamente el programa informático se va ampliando a más campos hasta abarcar la totalidad de la actividad judicial, y si este mismo programa llega a ser objeto de manipulación por parte del poder político, ya sea a nivel autonómico, estatal o incluso internacional, o bien víctima de un hackeo interesado por parte de particulares u organizaciones criminales.
Por lo demás, el mismo argumento podría aplicarse a otros sectores. Para no asumir el costoso incremento de profesionales que son necesarios en cada ramo, estos serían sustituidos o reforzados por distintas aplicaciones de la IA. Por ejemplo, el número de médicos actuales, sobrecargados por la cantidad de pacientes que deben atender, sería suficiente para ocuparse de estos si los diagnósticos más sencillos (catarros, gripes, etc.) y sus tratamientos corrieran a cargo de la IA. O si los profesores prepararan sus clases o corrigieran los exámenes valiéndose del mismo instrumento. O si los bancos concedieran los préstamos de la misma manera, y así sucesivamente.
De este modo, acabaríamos llegando a una sociedad robótica y deshumanizada, donde en la práctica las personas seríamos asistentes de las máquinas y no al revés. Dejaríamos de ser capaces de hacer las cosas por nosotros mismos, con autonomía, y nos haríamos totalmente dependientes del sistema automatizado regido por la IA, en el que descargaríamos nuestra responsabilidad. Como en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, este (la máquina), al poseer el saber del que aquel (el ser humano) por comodidad se ha despojado, terminaría por invertir su posición original convirtiéndose en el verdadero amo de un siervo humano que para todo lo necesita y sin el que nada sabe ni es ya.
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