Opinión | Buenos días y buena suerte

Guillermo Saccomanno, un encuentro mágico (y II)

Como contaba ayer, pasé un tiempo largo con el gran Guillermo Saccomanno el otro día, hablando en A Coruña de su última novela, el Premio Alfaguara Arderá el viento. En realidad, hablamos de todas las cosas. Saccomanno, decíamos ayer, explicó que «el mundo está ahora en manos de psicópatas». Y, a partir de ahí, a partir de esa afirmación contundente, es lógico pensar que todos los males se estén acumulando ante nosotros, y que el peso de los días sea ya insoportable. En su territorio inventado (pero no tanto), también avanza el desastre, el desorden, el mal. Podría ser un trasunto del mundo.

«El sexo, el dinero y el poder mueven todo este sistema, aunque yo, como te decía, aún soy optimista. Pero mira, si esto que vemos ahora es el resultado de la evolución de la especie, entonces estamos bien jodidos», me cuenta, con su sonrisa irónica. «Los periodistas y los escritores jodemos menos al mundo que todos estos líderes de los que estamos hablando», insiste.

Saccomanno habla de ese lugar costero en el que vive como de una cierta inspiración de la novela («aunque tampoco tanto», se corrige). «Me quisieron desalojar de la cabañita en la que he vivido durante ocho años, por un tema inmobiliario, por aquello de alquilarla en verano, que se saca más plata», relata. «Vi venir a un tipo desastrado por entre los árboles y pensé en cómo sería si una pareja extraña llega de pronto a un lugar». Guillermo explica que vive en una cabaña, en un bosque, antes lo hizo más cerca del mar. Ahora el mar se agita justo al otro lado de los vidrios de este hotel. Es el mismo mar, aunque no lo parece. «Yo pensé que debía tener mi lugar, mi territorio propio. Como Faulkner, como García Márquez, como Onetti. Es un sueño poder moverte por un lugar así. Todo es ficción, aunque allí siempre hay alguno que se siente identificado y cree que estoy hablando de él. Me han puteado un poco con eso», dice. «Pero un día me llamaron de la intendencia, o sea, de la alcaldía, y me dijeron que me iban a nombrar figura destacada de la cultura del pueblo… Supongo que sería para que me tranquilizara, no sé».

«Ahora bien, esta Villa, este lugar, al que llega esta extraña pareja, y esta mujer, Moni, que lo va a revolucionar todo, es también el mundo, porque no es un pueblo aislado. Es el mundo. Y porque ningún hombre es una isla, que decía John Donne». «Yo creo que el arte anticipa la realidad, tiene algo de visionario. Hay cosas que escribes y luego pasan. En ese orden. Es aquello de que la naturaleza imita al arte, quizás, aunque luego la realidad imita a la televisión, y entonces sí que la hemos jodido», dice entre risas.

«Mirá, escribir es como tirar con arco… la flecha va a salir… pero no te preocupes por el blanco, no pienses en él. Tienes que laburar, no hay milagro en la creación. Mis abuelos, que eran de Santiso, en O Pino (estuve allí en los 70), laburaban 24 horas al día. Aquí igual», dice Saccomanno. «El milagro es trabajo, no es otra cosa. Escribir es obsesivo, pierdes amigos y afectos por el camino. Me levanto al amanecer para escribir, antes del sol. Después voy a pasear por la playa. Soy muy espartano. Eso puedes hacerlo en un lugar así, aunque voy unos cinco días cada mes a Buenos Aires, por la familia. Soy espartano en todo, menos en el whisky», rectifica. «Cuando vives en un bosque hay que tener cuidado con la melancolía, que te puede chupar. Es el mal del sauce. Yo viví en Tigre, sé lo que es. Pero escribir, en fin, eso sí que te secuestra. Es que piensas en la novela incluso haciendo el amor».

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