Opinión

Los deberes

Llegabas tras un largo trayecto porque el cole quedaba lejos. O te recogía papá a la salida tras media hora de espera, o bien tenías que tomarte dos autobuses y caminar un buen trecho. Cuando erais niños y papá aún os recogía, alguna vez fuisteis los últimos en marcharos, en la acera no quedaba nadie más que el sol. Niña furiosa, te enfadaste con tu padre por tardón, sin saber lo complicado que debía de ser dejar lo que tuviera entre manos y salir disparado hacia la escuela que tenía un horario fastidioso, intensivo se diría hoy. Terminaba a las 13.30, una hora estupenda para vosotros, criminal para un adulto trabajador. Él no llegaba hasta más de las dos. Gracias a esos retrasos forjaste una amistad sólida con aquella otra niña que, cincuenta años después, sigue siendo tu mejor amiga. Unos padres impuntuales os unieron. ¿Cómo se organizaban para interrumpir la jornada cada día, recoger a los hijos, comer rápido en casa y regresar al trabajo? ¿Cómo se sustraían a los compromisos y obligaciones de su horario de varones profesionales de los años 70? No eran nuestras madres las que nos recogían, aunque ambas tuvieran coche y condujesen. La mía, ama de casa, organizaba la intendencia, la de mi amiga daba clase en la universidad. Los trayectos nos ofrecían un tiempo especial para hablar. Lo que se enuncia en el habitáculo mirando por la ventanilla distraídamente, no se dice en otras partes. Cuando fuiste madre lo supiste. Es un espacio privilegiado de intimidad y comunicación familiar. ¿Son conscientes los ingenieros de automóviles de que diseñan confesionarios?

Entrabas en casa, tirabas la cartera y el abrigo. ¿Qué hay de comer? Gritabas. Traías el olor a lápiz y a goma de borrar. A veces, el resto del bocadillo que no te habías terminado a media mañana, aplastado entre los libros y el estuche (qué peste). Lo que mamá había preparado casi siempre era rico, salvo un día que puso lengua estofada y todos nos miramos espantados (no volvió a comprarla). Había un rato de tregua, una hora en que todavía el sol de invierno estaba alto. Pero después empezaba la tortura china. Desde la cartera te apelaban los cuadernos susurrando: los debereees, los debeeeres… Como un fantasma, arrastrabas cadenas, como un preso del tebeo colgaba una bola negra de tu tobillo.

Eras niña, eran los años 70. En clase disfrutabas. Marisa, tu joven maestra, hacía la clase cálida, amena. Tus compañeros eran una prolongación de tus hermanos, pero sin las peleas. No había tensiones ni conflictos. Atendíais, aprendíais. Pero luego en casa… ¿por qué afrontar esas mismas materias era tan difícil? Odiabas los deberes. Entonces los padres no se sentaban a hacerlos con vosotros. Cada uno se responsabilizaba de lo suyo.

Sacabas el lápiz y lo mordías. Divisiones con decimales, geometría, redacciones… Mirabas por la ventana con la sensación de pereza y mala conciencia, sin saber que fuera ocurrían otras cosas. Tu padre acudía a reuniones en las que se hablaba de huelgas ilegales, de siembras de octavillas, de compañero/as detenidas. A algunos los conocías porque jugabas con sus hijos los fines de semana. Pandillas de militantes clandestinos y abogados laboralistas con sus niños. Juntos. Hablando. Relacionándose. Había columpios entre los pinos. Sonaban canciones: si cantara el gallo rojo, otro gallo cantaría, y rijiji y rajaja y ríase la gente, a por el mar.

No pensabas que los mayores también tenían deberes. Los que se imponían para cambiar las cosas y alcanzar libertades. Lo recordaste tejiendo el documental que te encargó Nicolás Sartorius, La conquista de la democracia. Recordaste que hacer los deberes en casa era arduo y has entendido que era porque estabas sola. Hacer las tareas con compañeros hubiera sido mejor. Porque, si cincuenta años después has comprendido algo sobre ese tiempo del que fuiste testigo infantil, escuchando los relatos de los compañeros/as de tus padres (tu padre ya no puede contártelo, murió hace tiempo, demasiado) es que los cambios no tienen lugar sin relaciones humanas. Las transformaciones trascendentes se hacen con los otros, relacionándonos de vida a vida, gastando tiempos que se tocan. Deberíamos tenerlo presente: hacer cosas juntos sirve, relacionarse, conocer, compartir la vida del prójimo sirve, aunque todo parezca soplar en contra. (La conquista de la democracia se emite los jueves en La2 y también está disponible en RTVEplay).

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents