Opinión | Décima avenida

La camiseta de la vicepresidenta

No tuvieron las dos vicepresidentas, Yolanda Díaz y María Jesús Montero, el mejor de sus días el pasado fin de semana. Montero se enredó con la presunción de inocencia en referencia a la sentencia del TSJC sobre el caso Alves («Qué vergüenza que todavía se cuestione el testimonio de una víctima y se diga que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes, valientes, que deciden denunciar a los poderosos, a los grandes, a los famosos»), para después retractarse, de aquella manera. Díaz apareció en el mitin final de la segunda asamblea de Sumar con una camiseta con el eslogan Trabajar menos para vivir mejor, para defender la reducción de la semana laboral. Ya se sabe que mezclar mítines con cosas serias no suele ser la mejor de las decisiones.

Trabajar menos, vivir mejor es el aspiracional lema de la iniciativa del Ministerio de Trabajo y Economía social para la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales sin recorte salarial. La reducción de la jornada es un caballo de batalla de la izquierda no solo en España, sino en Europa, y es objeto de un encendido debate. Es un asunto importante, en el que interactúan temas vitales como la productividad, los salarios, la viabilidad de las empresas, la necesidad de la conciliación y hasta el derecho a disfrutar de una vida plena. Es legítimo que se plantee y se discuta, sobre todo en una sociedad como la española, con brechas salariales y problemas de productividad casi congénitos en su economía.

Más que discutible es que un tema tan trascendente se reduzca a lemas tan discutibles como Trabajar menos, vivir mejor. Es evidente de que se trata de un gancho de marketing, ideal para viralizar en redes sociales, donde la idea que cabe en una frase es mejor que la que ocupa un párrafo. Además, de sobras es conocida la querencia de la izquierda de la izquierda por las camisetas con mensaje, así que se entiende que alguien pensara que era una buena idea imprimir el lema en un trozo de tela.

A las contraindicaciones parece que no le dieron importancia. A los voceros de la derecha el lema de marras les pone en bandeja la posibilidad de banalizar como pueril no ya el mensaje, sino la iniciativa misma de reducción de la jornada de trabajo. Pueden presentarla como una aspiración naíf, alejada de la realidad, en unos tiempos en que los aranceles de Donald Trump, la situación geopolítica y los desafíos inminentes exigen más discursos épicos a lo «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor» que no el relax del dolce far niente. No es lo que implica la reducción de la jornada laboral, pero la camiseta simplifica tanto el mensaje que abre la puerta a las críticas exageradas.

Lo más problemático del lema, en cualquier caso, es que contribuye al descrédito del trabajo, el esfuerzo y el sacrificio en un momento en el que, en algunos ámbitos, como el educativo, se elevan voces que alertan de las consecuencias negativas que conlleva la pérdida, el abandono o la relativización de estos valores. En el entorno educativo el debate hace tiempo que está presente: las tendencias pedagógicas en boga priman otras capacidades y competencias. Los padres de hoy, educados generacionalmente en la EGB, acostumbrados a la memorización y a un discurso que ensalzaba el ascensor social mediante el esfuerzo y el mérito, echan de menos una mayor presencia y elogio del trabajo duro.

En el ámbito laboral, trabajadores cuarentones y cincuentones señalan a los más jóvenes porque consideran su compromiso más allá de la jornada laboral generacionalmente discutible. En según qué conversaciones, las jornadas interminables y la devoción por el trabajo se consideran rémoras del pasado, actitudes tóxicas, cosas de boomers. En esa brecha abunda la camiseta de Díaz.

La desigualdad salarial, la conciliación y las condiciones de trabajo dignas sin duda deben abordarse. También la duración de la jornada laboral. Pero no parece la mejor de las ideas banalizar con lemas fáciles el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio cuando, por muchos achaques que presente el ascensor social, la meritocracia sigue siendo la mejor vía hacia la calidad de vida para lo que antiguamente la izquierda en sus múltiples versiones llamaba la clase trabajadora, un concepto que parece que hoy a algunos les parece anticuado.

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