Opinión | El correo americano
El (posible) despertar del fanático
No solo sus detractores están asustados. Algunos de los seguidores de Trump también han mostrado inquietud o, al menos, una prudente ignorancia a la hora de apoyar la guerra comercial iniciada por el presidente de los Estados Unidos. Quien mejor expresó esta posición, inevitablemente irracional, fue la jueza y tertuliana Jeanine Pirro en un programa de Fox News: «Ahora no me importa mi plan de jubilación. Yo creo en este hombre». Es que se requiere un acto de fe para obviar todas las advertencias. Especialmente cuando quienes hacen sonar todas las alarmas, lejos de formar parte del ala izquierda del Partido Demócrata, son los antiguos referentes de los conservadores, desde reputados economistas liberales hasta el consejo editorial del Wall Street Journal.
Pero ahí reside la fuerza del trumpismo: en su encanto mesiánico. Es necesario creer en este hombre, por mucho que lo que diga o haga no se ajuste a las teorías de los especialistas o con ello se eludan las lecciones que nos ha dado la historia. El propio Trump ha reconocido que habrá que sufrir un poco antes de que las fábricas regresen a Detroit. Pero pronto se alcanzará la grandeza añorada. Esta es sin duda una prueba de fuego. Porque, hoy en día, en política, al votante se le puede pedir de todo menos paciencia. Habrá que ver qué opina el trumpista cuando suban los precios y se destruya (aunque sea de manera temporal) el empleo. Desde luego, no es el mejor escenario para afrontar los próximos midterms, unas elecciones al Congreso que seguramente se interpretarán como un plebiscito sobre esta estrategia económica.
La pregunta es si, en ese caso, el presidente sería capaz de convencer a los suyos de que la culpa es de los demás (los aliados, el deep state, Joe Biden, etc.). Hasta ahora lo ha logrado. Se dice también que los aranceles no son más que herramientas para una negociación. Que se trata de alcanzar mejores acuerdos comerciales. Pero todavía desconocemos si es un farol o una doctrina. Ni siquiera lo saben quienes, como Pirro, creen en él ciegamente a pesar de los costes que sus decisiones puedan implicar a corto plazo. El mundo sigue en vilo ante ese peligroso misterio mientras caen las bolsas e incrementa la incertidumbre en los mercados. La pregunta, de nuevo, es si los electores seguirían justificando a su líder si estos comenzaran a padecer personalmente las consecuencias de sus acciones.
Y no solo en el terreno financiero: los despidos masivos en la FDA (la agencia gubernamental que se dedica a la administración de alimentos y medicamentos), los errores gravísimos cometidos en las deportaciones, los ataques a diversas instituciones públicas... Cuando los que resulten heridos por la motosierra ya no sean unos tipos desconocidos que aparecen en la tele, sino que entre los afectados se encuentren sus padres, sus hijos o sus vecinos. Cuando los enemigos ya no se puedan presentar como seres deshumanizados porque sus desgracias resultan demasiado cercanas.
A ese votante nunca se le ocurrió que podría ser él o ella la persona de la que hablaban en sus medios de comunicación afines. No acudió a las urnas pensando que al decantarse por ese candidato podría poner en peligro su bienestar personal o el de la gente a la que estima. Porque siempre le sucede a otros. Algo habrán hecho, se piensa. Algunos argumentan que una situación económica complicada puede conducirlo al desengaño. Sin embargo, los dos escenarios que se contemplan son poco alentadores. Si la gestión funciona (poco probable), el trumpismo legitima sus métodos; si fracasa, se avecina una crisis. Miseria moral o miseria material. Las dos únicas salidas que proponen este tipo de movimientos ideológicos. Quizás en Europa toman nota a la hora de votar por partidos que celebran el liderazgo de quien representa un evidente perjuicio para sus trabajadores. Al menos que, al igual que tantos otros a este lado del Atlántico, también acaben descubriéndose como víctimas de su propio discurso demasiado tarde.
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