Opinión | Crónicas galantes

La infancia en el poder

Cierto pub de Londres ha puesto a la entrada un resignado cartel de aviso en el que se lee: «Los americanos deberán venir acompañados por una persona adulta». Parece una broma sobre el carácter supuestamente infantil que en Europa se atribuía tiempo atrás a algunos estadounidenses.

Ese exceso de suficiencia de los europeos se basaba en anécdotas como la devoción de los americanos por las tetas king size, es decir: de gran tamaño. Interpretaban los freudianos que tal querencia obedecía a la nostalgia de la lactancia materna: lo que delataría, a su juicio, el carácter inmaduro de los yanquis.

Puede que hubiera algo de eso si se tiene en cuenta el éxito obtenido en Norteamérica (y no solo allí) por famosas de la potencia pectoral de Pamela Anderson. O, más aún, la popularidad que en su día tuvo Jayne Mansfield, actriz de gran poderío mamario que, según la leyenda, podía ducharse sin que se le mojaran los pies. Nada que ver con los gustos europeos y, en particular, los españoles, más partidarios de «la buena teta, que en la mano quepa».

Las rabietas de Donald Trump y los gestos a menudo pueriles de la troupe que acompaña al emperador han rescatado ese estereotipo del americano aniñado, que ya había caído en el olvido.

No es para menos. El berrinche de Trump con los aranceles tiene algo de infantil: y algunas de sus consecuencias son directamente cómicas.

El caso más comentado estos días es el de las islas Heard y McDonald, territorio en el Índico al que le ha caído un arancel «recíproco» del diez por ciento. No es mucho, ciertamente; salvo por la circunstancia a todas luces singular de que esas islas estén pobladas tan solo por pingüinos y focas.

Al pingüino se le conoce popularmente como pájaro bobo, pero se trata de un error. Hay que tener mucha inteligencia para exportar no se sabe qué a Estados Unidos sin que estos se enterasen hasta la llegada de Trump.

En el Índico están también las Islas Británicas de Chagos, castigadas igualmente con la tarifa mínima del emperador. Lo notable del caso es que sus únicos pobladores sean los de la base angloamericana de Diego García, un recinto ultrasecreto en el que viven unos 3.000 militares estadounidenses y británicos. Trump se habría impuesto aranceles a sí mismo, salvo que los reserve únicamente a los soldados ingleses. Todo podría ocurrir.

Son errores fáciles de cometer cuando alguien actúa como rey del mundo y se pone a pintar números sobre el mapamundi, tal que haría un crío en etapa escolar.

Tampoco hay que dejarse llevar por la prepotencia, que de eso ya gasta bastante Trump. Más allá del pintoresco presidente que ahora han elegido, los USA siguen siendo la primera potencia tecnológica, militar, cultural y —de momento— económica del mundo.

No parece que alcanzar esos logros esté al alcance de los niños, desde luego. Otra cosa es que alguien proclive a las rabietas infantiles ocupe ahora la jefatura del imperio. Y no hay carteles como el del pub de Londres a la entrada de la Casa Blanca.

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