Opinión | Mujeres

¡Qué vergüenza!

Si un político se ve apurado siempre se puede justificar con aquello de que no se ha sabido explicar. Lo hará, muy a menudo, cuando lo ocurrido ha sido todo lo contrario, que ha dado explicaciones de más y no hay manera de disimular que se ha ido de la lengua.

La vicepresidenta del Gobierno critica la sentencia que absuelve al futbolista Dani Alves de un delito de agresión sexual, se escandaliza y se arrebata. Clama vergüenza, como podía clamar venganza. Luego se defiende diciendo que no, que no se ha explicado. «Qué vergüenza», ha dicho la ministra, y lo ha repetido varias veces, bien alto y con entonación mitinera. «Qué vergüenza que todavía se cuestione el testimonio de una víctima y se diga que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes, valientes, que deciden denunciar a los poderosos, a los grandes, a los famosos».

Sus palabras, textualmente. Más claro no podría explicarse.

En un Estado de derecho la presunción de inocencia está fuera de toda discusión. Nos conviene a todos. Todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Nadie puede ser condenado si hay una mínima duda sobre su culpabilidad. Los jueces han de escuchar a las partes, evaluar las pruebas, oír a los peritos y con todo ello armar una compleja argumentación antes de emitir una condena. Deben hacerlo sin que haya lugar a dudas de que es cierta y puede ser recurrida, y no una, si no varias veces.

De no ser así todos viviríamos en un permanente estado de inseguridad legal. Nos podríamos ahorrar todo el sistema judicial. Si un testimonio bastara para condenar a alguien todos seríamos culpables y tendríamos que demostrar nuestra inocencia.

La justicia no es infalible, los jueces se equivocan, los habrá incompetentes, quizá hasta malintencionados. En cuestión de violencias sexuales y machistas aún tienen mucho que aprender, no son los únicos y todos deberíamos hacerlo rápido.

Flaco favor se hace a las mujeres y al feminismo si se los instrumentaliza para atacar al Estado de derecho, ya sea por convicción o por inconsciencia. No están los tiempos para jugar con esas cosas. Su causa se defiende con la fuerza del derecho, no pasando por encima de él.

El sistema no es perfecto, es evidente, y la mejor idea que se le ocurre a la vicepresidenta del Gobierno para mejorarlo es arrasarlo. ¡Qué vergüenza!

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