Opinión | Buenos días y buena suerte

Conocer a María Moliner en primavera

María Moliner es la eterna primavera de la lengua. Todos hemos crecido con la luz que proyectaba su diccionario, único entre todos los diccionarios, una referencia para filólogos y no filólogos, que hallamos en él usos documentados o novedosos de la lengua, con ese aroma que le distanciaba de toda solemnidad. Es un diccionario, también, si es posible decirlo así, emocional y empático. La personalidad de su autora late en cada palabra.

Aprendimos a decir el María Moliner, lo cual es síntoma de la importancia de que ella estuviera ahí, detrás del alma cotidiana de la lengua. Que un diccionario se conozca por el nombre de su autora es un acto de gran justicia, tal vez de los pocos actos de justicia que se han hecho con el trabajo de María Moliner. Aunque siempre hay historias curiosas que explican esa pasión por reunir todas las palabras. Siempre hay un relato quijotesco. Me acordé de la historia rocambolesca de cómo se creó el también famosísimo diccionario Oxford de lengua inglesa, un proyecto llevado a cabo entre un visionario, James Murray, y el cirujano William Chester Minor, un hombre declarado loco por el ejército tras disparar a un hombre envuelto, al parecer, en las nieblas de una paranoia. Minor trabajó intensamente desde su reclusión en un psiquiátrico. La historia ha dado para algunas novelas y para una película.

Hablo de todo esto porque acabo de conversar largamente con el gran escritor argentino (español, también, después de tantos años) Andrés Neuman, al que no veía desde la publicación de Umbilical. Neuman visitó Compostela y A Coruña estos días. Acaba de publicar, y esto es lo importante ahora mismo, Hasta que empieza a brillar (Alfaguara), una biografía novelada sobre nuestra gran lexicógrafa. Pero también, ya digo, este libro es un acto de justicia. Filólogos ambos, compartimos este amor por María Moliner, y la sensación de que su gran trabajo no ha sido suficientemente celebrado. «¿Para cuándo una placa en la calle de Madrid en la que escribió el diccionario?», sigue diciendo con énfasis Neuman. El María Moliner, por casualidades que tiene la vida, se escribió en el número 1 de la calle de Don Quijote, en el barrio de Tetuán.

A lo largo de mi conversación con Neuman, gravita sin cesar la idea de que estamos ante una mujer inagotable, resistente al máximo, capaz de luchar desde la infancia por lograr un lugar bajo el sol en un territorio vedado a las mujeres. Por no hablar de su labor al frente de las bibliotecas de las Misiones Pedagógicas, particularmente en Valencia, y su conexión con la Institución libre de Enseñanza. En estas páginas desfilan todos los filólogos y lingüistas que han construido el pasado reciente de nuestra lengua. Como hilo conductor, en cierto modo, aparece Dámaso Alonso, director entonces de la Biblioteca Románica Hispánica y de la Academia: fue, a su manera, gran valedor de doña María. Pero ella se vio derrotada en las votaciones para entrar en la institución académica por Alarcos. José García Nieto, al que, me dice Neuman, Cela defendía con ahínco, quedó en segundo lugar, aunque entraría más tarde.

El legado lexicográfico de María Moliner nos ha tocado a todos. Su manera de hacer, la soledad de una mujer con miles y miles de fichas, llevando a cabo una labor ciclópea, bien merece este viaje hermoso hacia su compleja biografía. «Pero no fue un ama de casa haciendo un diccionario, no, por favor», insiste Neuman. «Su vida, en difíciles circunstancias, explica su infinita resistencia, su tesón. Pero, sobre todo, esa gran pulsión quijotesca».

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents