Opinión | Error del sistema
El duelo ideológico
Un presidente majadero ha metido al mundo en una coctelera e, inmediatamente, añoramos a los anteriores. Aunque entre ellos abundaran instigadores bélicos, chantajistas profesionales o canallas sin escrúpulos. Al menos, los entendíamos. Ahora vamos de un lado a otro sin saber a dónde nos dirigimos. Aranceles arriba, aranceles abajo. Luis XIV se pasea por Washington. Y tan pronto nos chulea —«me están besando el culo»— como nos hace saber que ha subido por decreto la presión del agua para cuidar su «hermoso cabello». Nos hincharíamos a palomitas si no fuera por la elevada posibilidad de atragantamiento. Se denomina guerra comercial. Menos mal. Si fuera acompañada de armamento…
Andamos inmersos en una suerte de duelo ideológico. Un duelo que son muchos. Con Trump, agoniza el concepto de aliado. Y con sus estertores no solo se resquebraja un mundo de acuerdos políticos y económicos —con el que hemos crecido todas las generaciones actuales—, sino también un escenario intelectual y científico. Todo queda burlado por un tipo que ha tenido la ocurrencia de abrir la puerta de un avión a medio vuelo y ni siquiera sabía lo que había detrás.
Pero hay más duelos ideológicos que los provocados por el señor de la pelambrera naranja. Basta con mirar a un lado y a otro del tablero político. A los partidos conservadores se les come la zafiedad de la ultraderecha y a la socialdemocracia le faltan recetas y le sobran dentelladas a su izquierda. A un extremo, los que buscan chivos expiatorios y añoran tiempos tremebundos; al otro, los que solo usan el negro de la paleta de colores y miran con ojos tiernos las viejas chapas de la URSS. «Una vez creímos que alcanzaríamos la paz, el bienestar y la convivencia», dirá nuestro epitafio.
Hay más duelos. Y, como siempre, van por barrios. El de algunos hombres que se sienten relegados al tener que compartir altavoz con mujeres que hablan de sus cosas. El de algunas feministas que cargan contra esas jóvenes empeñadas en apartarlas de los mandos supremos del feminismo. El de algunos intelectuales que reducen a los jóvenes a subseres perdidos en submundos que no entienden. El de los jóvenes que sienten añoranza de lo que nunca tendrán. O el de tantos y tantos profesionales que ven su futuro tambalearse por la consolidación de la IA.
Hay duelos particulares, pero también compartidos. Como la nostalgia de un mundo por el que caminábamos sin la mirada pegada a una pantalla. Sin esas distracciones permanentes que nos impiden pensar. Sin esas amenazas que se cuelan en los dormitorios de los adolescentes o en la soledad de los mayores.
También asistimos a una inédita exhibición de malismo. Con su desprecio a los derechos humanos se tambalea, incluso, el poso cristiano de la sociedad. Ese fondo ideológico que ha moldeado nuestra forma de estar en el mundo, el que dictaba el bien y el mal. La paz, la bondad y el respeto a la vida humana reducidos a un cuadro naíf devaluado. Así estamos, entre el asombro, la tristeza y la ansiedad de un duelo ideológico.
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