Opinión
Solo hay un camino...
Al celebrarse el centenario de la muerte del escritor Gonzalo Torrente Ballester recuperamos una de sus obras, Santiago de Rosalía de Castro (1989), que no es la mejor, pero sí donde el autor, nacido en el Ferrol en 1910, se encuentra con el Santiago de Compostela que a lo largo de los años ha tenido y tiene su historia.
«Compostela, con ser tan antigua, no sugiere ni caballeros ni peregrinos, ni siquiera ilustrados de peluca y espadín, sino conspiradores románticos, parejas de muchachas que se disimulan en las sombras, canónigos bien envueltos en sus manteos, y, todo lo más, una procesión del Corpus.
Compostela no está anclada en el siglo XVII ni en el siglo XVIII a pesar de la abundancia de piedras barrocas, sino en el siglo XIX. Fue durante ese siglo cuando adquirió la fisonomía que hoy podemos contemplar, y el sombrero de copa y el polisón van a sus rúas mejor que el chambergo o la peluca francesa».
Las primeras inscripciones pertenecen al siglo XIX y el viajero puede recorrer las mismas calles con sus diferencias como anteriormente lo han hecho figuras de todo tipo y condición, desde Rosalía de Castro o George Borrow, entre conocido y olvidado por su obra La Biblia en España, publicada en 1843, donde en su famoso libro describe ese viaje.
Y el poeta gallego Manuel Curros Enríquez, que escribió un poema sobre una primera locomotora que apareció en Ourense, aunque cuando el poema se escribió ya cientos de locomotoras recorrían los espacios europeos.
Y, pese a que no se valieron de la materia compostelana tanto Emilia Pardo Bazán como Ramón del Valle-Inclán, este último dejó Mi hermana Antonia. En palabras de Enrique Gallud Jardiel: «Hay ecos panteístas en su obra titulada Flor de santidad (1904) y en otras; pero en realidad el cúmulo de sus ideas metafísicas se encuentra en La lámpara maravillosa (1916), que es una verdadera profesión de fe panteística que habla de la comunicación con el Todo, de la ley suprema que une a las hormigas con los astros, de la unidad como sagrada simiente del Todo y de fusión del alma individual con el Absoluto».
Se hablaba en el siglo XVIII de un estilo gótico, según el filósofo Kant como de algo monstruoso, pues «la perfección de la arquitectura se había alcanzado en la antigüedad clásica». ¿Solo hay un camino?
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