Opinión | El correo americano
El experto que nunca estuvo allí
Douglas Murray se lo intentaba explicar a Joe Rogan y a Dave Smith. Este nuevo fenómeno: gente que dice no saber mucho de un asunto pero que no para de hablar de ese asunto sobre el cual reconoce poseer conocimientos limitados. A Murray le parece, como mínimo, raro, tirando a sospechoso. De repente un tipo llamado Darryl Cooper aparece en una entrevista con Tucker Carlson y dice: «Winston Churchill fue el villano de la Segunda Guerra Mundial». Luego se desata una polémica y varios historiadores tratan de desmontar esa afirmación con datos. Rogan y Smith alegan que Cooper no es un académico ni un especialista en la Segunda Guerra Mundial. Pero tiene una perspectiva interesante acerca de este acontecimiento; su podcast es fascinante (Cooper también acudió al programa de Rogan como invitado). Murray, sin embargo, se pregunta dónde está la responsabilidad. Si Cooper no es un especialista (él mismo confesó que no podía debatir con Andrew Roberts, biógrafo del primer ministro británico, porque Roberts conoce mucho mejor ese tema), ¿por qué Rogan y otros le proporcionan una plataforma, a través de la cual puede llegar a millones de oyentes, para que difunda sus opiniones?
Este tipo de comentaristas siempre existieron. Lo que pasa es que ahora, con los nuevos medios de comunicación y las redes sociales, gozan de una mayor proyección. La pandemia intensificó la desconfianza hacia el Gobierno y hacia la prensa tradicional. Y algunos aprovecharon el río revuelto para convertirse en influencers. Como las autoridades y los científicos nos mintieron, dicen, tenemos que llegar a la inevitable conclusión de que nunca nos han contado la verdad sobre ningún tema, desde las vacunas para prevenir el sarampión hasta el antisemitismo de Hitler. Trust no one. Vivimos engañados. Solo los paranoicos se salvarán. Estos mensajes son muy atractivos. Y, como tantas conspiraciones, parten de una verdad distorsionada. La cuestión es, como sugiere Murray, separar el trigo de la paja. Sí, los gobiernos mienten. Sí, en ocasiones, los expertos se equivocan. Los ejemplos nos abruman. Pero si les exigimos que asuman su culpabilidad por ello, ¿por qué ahora no esperamos lo mismo de sus críticos?
Cuando uno de estos opinadores se mete en un lío al decir un disparate, se justifica diciendo: «A mí no me mires, yo solo soy un comediante, un tipo con un podcast, un ciudadano que dice libremente lo que piensa». Así es muy fácil. Sin embargo, cuando uno se atreve a emitir un juicio tan provocador sobre Churchill, por ejemplo, está ejerciendo de historiador (y a menudo ganando dinero con ello) porque el producto que está vendiendo es una lectura revisionista de un evento crucial del siglo XX. Cuando alguien dedica la mayor parte de su tiempo a hablar sobre un tema específico y recurre a su capital mediático para que su perspectiva llegue al mayor número de personas posible, está ejerciendo de experto (y a menudo ganando dinero con ello) porque el contenido que ofrece es su supuesto conocimiento sobre ese tema. Si no, ¿por qué pontifica tanto sobre ello? Para eso está la libertad de expresión, claro. Pero luego no vale decir que tú no aceptas esas mismas reglas que les imponías a los otros. Porque, si no, estamos ante el arte de caer siempre de pie; ser libre consistiría entonces en no tener que pedir nunca perdón. Ciertas actividades conllevan un riesgo (físico, moral, intelectual) y requieren una formación. Los errores, en suma, se pagan. Es la diferencia entre pilotar un avión y montarse en una montaña rusa.
Este relativismo, que proviene del ámbito de la nueva derecha, no es solo una posición intelectual, es una estrategia empresarial. Así no hace falta dar explicaciones ni respetar un código deontológico. Y es mucho más barato. «Yo solo hago preguntas. Converso con la gente que me parece interesante», dice Rogan. No tenemos por qué no creerlo. Pero coincide que lo más interesante suele ser lo más controvertido, que lo más controvertido suele generar más beneficios, que los beneficios proporcionan influencia y que tener influencia es tener poder. En ocasiones mucho más poder que esos expertos desautorizados contra los cuales muchas de estas personalidades influyentes forjaron su carrera. Menudo chollo. Contra el establishment se vive mejor.
Suscríbete para seguir leyendo
- A Coruña aprueba los festivos locales para 2026: así queda el calendario laboral
- El Morriña Festival ya tiene horarios y anuncia un concierto gratuito para el sábado
- La tragedia en Sevilla pone el foco de nuevo en la seguridad laboral: 'Nos quejábamos, pero nadie hacía nada
- De la barra del Chaflán a una lona en la plaza de Lugo para simbolizar la unión entre Estrella y el Dépor
- Casi treinta feriantes participaron en la pelea con un menor herido en O Burgo
- Cambios en la estación de bus obligan a modificar el acceso a la intermodal
- Nuevos alquileres en Xuxán: 36.000 euros y 700 al mes
- Bil Nsongo se comprometerá por dos temporadas con opción a dos más