Opinión

Netflix, factoría de fenómenos culturales

A lo largo del último mes la huella mediática de la producción británica Adolescence ha sido notoria. Telediarios, redes sociales, artículos en prensa… nadie parecía hablar de otra cosa. La serie narra cómo la vida de una familia británica de clase trabajadora descarrila cuando Jamie Miller, el hijo de 13 años, es arrestado por el asesinato de una compañera de escuela. A través de cuatro tensos episodios, rodados en un virtuoso plano secuencia, somos testigos del camino que siguen todas las partes implicadas desde el momento de la detención hasta los días previos al juicio. Adolescence es una serie cruda, implacable, que pone sobre la mesa innumerables cuestiones que invitan a reflexionar sobre la educación y las relaciones entre padres e hijos. Es condenadamente buena. Y sí, aunque parezca mentira, está en Netflix.

Han pasado ya varias semanas desde su estreno y la conversación, poco a poco, se ha diluido. Aun así, Adolescence acaba de entrar, oficialmente, en el olimpo de las series de Netflix más populares, aquellas que concentran unas cifras de visionado extraordinarias en tiempo récord. A principios de este mes logró convertirse en la cuarta serie de habla inglesa más vista en la historia de la plataforma, superando los registros de la tercera temporada de Stranger Things, la miniserie Engaños, la primera temporada de El agente nocturno, la miniserie Gambito de dama y las temporadas uno y tres de Bridgerton. Sus 114.500.000 millones de visualizaciones la sitúan a un paso de la medalla de bronce que ahora ostenta Dahmer. Por delante ya solo quedarían la tercera temporada de Stranger Things y la primera de Miércoles. Si tenemos en cuenta que Netflix cuenta con más de 300 millones de clientes, los registros de Adolescence implican que la han visto, al menos, un 38% de sus suscriptores en menos de un mes.

En Reino Unido ha logrado el más difícil todavía. Ha superado en audiencia a la televisión en abierto (sí, a la todopoderosa BBC). De hecho, el debate que ha generado en torno a la violencia en los institutos ha llevado a que la serie se haya puesto a disposición de todos los colegios de secundaria del país.

Lo que ha conseguido Adolescence es meritorio. Ha superado los registros de series muy populares con la mitad de tiempo de metraje (lo que es relevante, porque las visualizaciones se obtienen dividiendo las horas acumuladas entre la duración total del programa). Y, por el camino, se ha convertido en todo un fenómeno cultural. Netflix se ha convertido en una cocina de este tipo de programas de impacto, que logran monopolizar la conversación y seducir a miles de espectadores en todo el mundo. Y no es algo puntual. En tiempos, la televisión tenía una inercia del consumo que hacía que la gente, más o menos, viese las mismas cosas. Pero eso ahora es cada vez más difícil, ya que la saturación de oferta ha fragmentado las audiencias hasta límites insospechados. Netflix, sin embargo, lo logra con frecuencia. Ya se le puede considerar un medio de comunicación de masas a pesar de no ser simultáneamente masivo. Tiene la red de distribución global, la infraestructura de recomendación que se encarga de impulsar determinados contenidos y, sobre todo, una marca que resuena. También tiene buen ojo para saber qué tipo de producciones serán capaces de encender la chispa de la conversación. Puede que no sea el lugar en el que están las mejores series, pero es el sitio en el que están muchas de las series de las que habla todo el mundo y ese es, sin duda, su mayor reclamo comercial.

Hace un año, por estas mismas fechas, estábamos recuperándonos del shock de Mi reno de peluche, otra ficción británica inspirada en hechos reales en la que se exponía el lado más cruento del acoso y los abusos. Poco después, la miniserie Monster: los hermanos Menéndez, logró generar tal revuelo ante el cuadro de abusos descritos en la serie que los hasta ahora condenados por el asesinado de sus padres a cadena perpetua han conseguido una audiencia que podría implicar su libertad condicional.

El éxito hace tiempo que dejó de medirse en cifras. Ahora existen nuevas dimensiones, más subjetivas, basadas en la intensidad de la relación que el espectador establece con lo que está viendo en pantalla. Todos hemos cargado con la mochila de Adolescence a nuestras espaldas durante varios días. Esto, en la era de la atención fugaz, vale más que un gran rating.

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