Opinión | Crónicas galantes
Galicia, tierra rara
Sabíamos ya que Galicia es un sitio raro en el que se toca la gaita, llueve a mares y es costumbre comer fauna de feísimo aspecto como las centollas, la lamprea, el pulpo y otras delicias no siempre apreciadas en el resto del mundo. Ahora se sabe que también algunas de sus tierras son raras.
Lo curioso es que no son tierras ni raras, al menos en el sentido de escasas. Se trata de elementos químicos que, por su dificultad de extracción, constituyen —eso sí— una auténtica rareza que les da un alto valor de mercado. Es natural, dada su utilidad para la fabricación de coches eléctricos, telefonillos móviles, misiles, láseres y otros diabólicos inventos.
Los chinos, que también son un poco raros, disponen de las mayores reservas de estas tierras que no son tierras; y de hecho las están utilizando como argumento en su batalla comercial con Estados Unidos.
A tanto no llega Galicia, por supuesto. Hay un prometedor yacimiento en el Monte Galiñeiro, del que podrían extraerse en teoría casi tres mil toneladas al año; pero el caso es que, de momento, no despierta interés. Solo en Salvaterra do Miño está en marcha una explotación de la que, secundariamente, se obtendrían muy módicas cantidades de monacita, mineral que contiene tierras raras.
Es el oro moderno. El antiguo, en el que abundaba mucho más Galicia, fue explotado hace ya un par de milenios por los romanos. Aquellos imperialistas de manual no dudaban siquiera en agujerear todo un monte —el Monte Furado— para llevarse el oro del Sil a Roma. Bien es verdad que tampoco le hacían ascos al ribeiro ni a las lampreas del Miño, detalle por el que se conoce que eran gente de buen gusto.
Temerán algunos que la existencia de tierras raras en Galicia suscite el interés del actual imperio americano, que también está en condiciones de taladrar un monte o abrir socavones donde sea preciso. Parece una presunción exagerada, sin embargo.
Con unas 43.000 toneladas anuales, los Estados Unidos son el segundo productor del mundo. Sería improbable que se interesasen por la pequeña porción —difícil y costosa de extraer— existente en Galicia. A Trump, que trabaja a lo grande, le atrae más Groenlandia, isla copiosa en tierras raras y minerales de valor.
Más razonable parece que sea Europa la que se interese por estos asuntos, aunque de momento la UE se centra tan solo en los materiales estratégicos como el litio, del que ha seleccionado una mina en Galicia. Las tierras raras tendrán que esperar.
Raro sería, en cualquier caso, que volviese una fiebre del wólfram como la que se vivió en este Lejano Noroeste durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Las minas gallegas de tungsteno trabajaban entonces a toda máquina para abastecer las necesidades de blindaje de los tanques del Tercer Reich, aunque el boyante negocio duró poco.
Ahora que las batallas son ya de orden comercial y tecnológico, nos queda la baza de las tierras raras, tan cotizadas o más que el viejo wolframio. Lo malo es que son pocas y de complicada cosecha. Habrá que seguir recurriendo al I+D del marisco y la retranca, que también son rarezas.
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