Opinión | Shikamoo, construir en positivo
En el aniversario de un hito en materia de igualdad...
La sociedad que tenemos hoy presenta algunas derivas francamente preocupantes, de cuya resolución en uno u otro sentido dependerá el grado de bienestar colectivo a medio y largo plazo. Temas como los abrumadores niveles de soledad no deseada, la más que posible intromisión o influencia en la vida privada de las personas por parte de corporaciones y grupos de interés que atesoran toda clase de datos sensibles sobre ellas, el menoscabo generalizado del conocimiento y la cultura o las nuevas formas de distopía a partir de la posible generación de «realidades» alternativas mediante la imparable tecnología, están sobre la mesa. Aún así, desde mi punto de vista esta es, con gran diferencia, la mejor de las sociedades posibles. Lo digo sin paliativos, a pesar de muchos aspectos de la misma que traigo frecuentemente a esta columna y que les planteo, porque me preocupan. Pero es que, a pesar de la nostalgia y echando una mirada atrás en el tiempo, se le ven unas costuras hoy insoportables a los tiempos pasados. Realizar tal ejercicio de recordar quiénes éramos hace veinte, treinta, cuarenta o cincuenta años y qué era entonces normativo y qué no es bueno para contextualizar precisamente todo lo que hemos ganado en ese camino. Y les aseguro que ha sido mucho. Aunque, obviamente, hayamos también perdido muchos de los mimbres positivos de tales tiempos.
Me hago esta reflexión, queridos y queridas, a partir del cincuenta aniversario de una fecha verdaderamente importante en el camino de la igualdad entre mujeres y hombres en nuestro contexto. Y es que fue también en mayo, pero en el año 1975, cuando las mujeres pudieron empezar a abrir sus propias cuentas bancarias en el país, sin la tutela de un hombre. Un hito singular, antes imposible hasta que en ese momento —el 2 de mayo— las Cortes todavía franquistas aprueban la modificación de 59 artículos del Código Civil y 9 del Código de Comercio. Pero tal cambio de norma, que avanzaría en el imparable y hoy aún inconcluso proceso de equiparación de los derechos reales de mujeres y hombres, fue sobre todo fruto del empeño de la llamada Comisión General de Codificación, con cuatro mujeres clave en dicho proceso. Una de ellas, María Telo, a su vez había sido tanto discípula como amiga personal de Clara Campoamor. Y es precisamente en esta reputada autora y pensadora feminista en la que hay que encontrar el referente próximo que ilumina todo este complicado recorrido, en el contexto de un régimen que aún estando en sus últimos momentos seguía lastrando el avance en muchos procesos sociales ya producidos en Europa.
Y es que, además del barniz de modernización que el franquismo que se preparaba para vivir sin Franco con ello pretendía, el contexto internacional pesaba mucho. Precisamente ese año, 1975, había sido declarado por Naciones Unidas «Año Internacional de la Mujer». Paralelamente, se desarrollaría también casi en ese momento, un par de meses después, la «Conferencia Internacional de la Mujer», que tuvo lugar en Ciudad de México. Y es en ese marco donde la organización multilateral pide expresamente a los gobiernos del mundo que procedan a revisar, derogar o actualizar la legislación de sus países en lo concerniente a todo lo que pudiese afectar a las mujeres respecto a lo consagrado internacionalmente en materia de derechos humanos, fortaleciendo el corpus legislativo en tal sentido. Fue la primera conferencia internacional de Naciones Unidas centrada exclusivamente en la mujer y en la equiparación de sus derechos, reconociendo e impulsando el papel de las mismas como parte activa de las políticas. La mujer deja desde entonces de ser mera receptora del papel reservado para ellas por los hombres, iniciándose un camino que, como saben, todavía no ha cesado. Y es que, a pesar de la mejora en mil y un frentes, no se puede bajar la guardia. Mujeres y hombres son personas, y las personas tienen unos derechos inalienables, que a todos nos conciernen independientemente de nuestro género. Para mí, amigos y amigas, esto no es negociable. Creo que ha de ser materia de un estricto y compacto consenso, sin salidas de tono por parte de actor público alguno, siendo todos conscientes de que en el conjunto del mundo hay todavía muchos lugares donde tal cosa es, literalmente, ciencia-ficción. Creo además que, con nuestro ejemplo y praxis, estamos llamados a consolidar nuestro modelo garantista de tales derechos, sin fisuras ni retrocesos.
Dedico estas líneas a todas esas mujeres, y también hombres, que fueron sensibles con tales valores de igualdad, comprometidos con ella. Gracias a su visión, trabajo y entrega hoy las cosas son, definitivamente, de otra manera...
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