Opinión | Shikamoo, construir en positivo
De la Cosmología... al Papa
Hace unos días, hablando apasionadamente sobre algunos rudimentos de Cosmología con un grupo de chavales, uno de ellos me dijo algo así como lo que yo mismo pregunté hace años a todo aquel que de alguna forma infiriese que podría darme algo parecido a una respuesta: «De acuerdo, nos dices que el Universo está en constante expansión en todas direcciones, probada por el corrimiento al rojo —efecto Doppler— de toda la radiación que nos llega del espacio profundo, lo que implica que todo se aleja... Puedo entender también que eso significaría que, en algún momento, hubo un instante primigenio en el que un único punto con inconmensurable masa dio origen al todo... Y por inconmensurable entenderé que tal realidad comprendía la masa de todo lo visible, otra mucho mayor asociada a la materia oscura, y también a las entidades increíblemente másicas como los agujeros negros... Vale... Pero ¿y qué había, entonces, antes de ello? ¿Cómo se formó todo? ¿Qué colapsó en dicho único ente? ¿De qué va todo esto?».
Lógicamente, no es la primera vez ni la segunda que alguien formula en alto tal cuestión. Es más, desde que se lanzó la Teoría del Big Bang, la misma surge de forma natural y recurrente: ¿Qué es entonces lo que sufrió el «bang»? ¿Qué había antes de que todo empezase a evolucionar hacia lo que hoy conocemos?¿Por qué sucedió todo ello? Inquéritos a los que, por supuesto, no podemos dar más respuesta que un lacónico «no lo sé». Y es entonces cuando podemos explicar, con claridad y sin drama, que la Ciencia se queda en este momento ahí, y que interpretaciones que busquen más tienen que indagar en el terreno de la fe. De todas las fes. Los griegos clásicos ya se planteaban si podía existir o no algo antes de cualquier Primer Principio. Ya lo ven, no hemos cambiado tanto, a pesar de las diferentes revoluciones tecnológicas...
Ciencia y fe son, por supuesto, compatibles. Hay científicos y científicas sesudos y que siguen con rigor el método científico que se manifiestan creyentes. Y otros, con idéntico buen hacer en lo que tiene que ver con el conocimiento, no lo son. La ciencia y la fe exploran mundos diferentes, con argumentos distintos y buscando diferentes respuestas. Aunque las dos, claro está, se afanan de alguna manera en preguntarse ese quiénes somos, de dónde venimos o cuál es el sentido de la existencia. La ciencia paga el peaje de sólo aceptar aquello que puede probar, o que por lo menos resulta plausible aunque pendiente de alguna comprobación, no pudiendo ir más allá. Desde la fe tal cortapisa no existe, con lo que el riesgo en ese caso es asumir cualquier presunta verdad revelada, independiente de sus credenciales de fehaciente hecho o, al menos, de posibilidad.
Para mí, somos como hormigas que discurren por el interior de una caja de zapatos de cartón absolutamente cerrada. Las mismas pueden pontificar sobre si existe o no el mundo de ahí fuera, pero sin tener siquiera evidencia de si este es real o ensoñación. Del mismo modo, somos parte de la Naturaleza, y nuestros órganos de los sentidos no alcanzan más allá. Con la Ciencia llegamos a donde llegamos, y el resto... o te lo crees o no. Ahí no funciona la lógica. Es la espiritualidad de cada uno o cada una la que se pone en juego, comprándole el paquete completo a alguien que la ofrezca, o construyéndosela por su cuenta.
La fe —cualquier fe— es muy respetable. Pero desde la misma se ha de entender que, precisamente por ir más allá del hecho racional, su lógica está profundamente ligada a la libertad de la persona, a lo que quiera pensar esta y, consecuentemente, profesar. Uno puede ser zoroastrista, y querer que sus carnes vuelvan a la Naturaleza cuando muera a partir de la acción de los buitres, no creer en nada o manifestar su incapacidad para hilvanar cualquier cosa ante tales conceptos o, quizá, entender que sólo con determinados ritos de purificación se puede alcanzar un determinado Paraíso. Bien. Todo muy respetable. Pero personal e intransferible, y nunca impuesto, por muchos doctores que tenga cualquier Iglesia.
Estamos en los albores de un nuevo Papado, con un flamante líder al frente de la confesión católica. Déjenme que sea mucho más adelante cuando me atreva humildemente a opinar sobre la transición al Cardenal Prevost —hoy León XIV— desde la figura de Francisco. Pero hoy les diré que, si la puesta en escena y el análisis del pasado no me engañan, pienso que Roma se prepara para un cierto grado de involución, revestida de «aggiornamento» pero quizá alejada de lo que quiso plantear Bergoglio. Pueden hacerlo, sí, desde la fe que administran. Es fe, y no hacen falta pruebas o argumentos científicos para fluir en un sentido o en otro...
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